>Ciudades y cambio climático: retos, oportunidades y experiencias
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- Mejora de la calidad del aire de nuestras ciudades al establecer políticas que limiten el tráfico por ejemplo.
- Mejoras en la salud de los ciudadanos.
- Ahorro energético derivado de las medidas de eficiencia energética.
- Reducción de la dependencia energética exterior.
- Reducción de las probabilidades de derrames de petróleo (al reducir la demanda de combustibles fósiles).
- Aumento del atractivo de ciudades menos contaminadas para turistas y ciudadanos.
>Mitigar el calentamiento global también disminuye la obesidad
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>Qui sont les “créationnistes” ?
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>Los que terminarán con el cambio climático
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Tenemos bien poquito de lo que presumir tras casi 20 años de esfuerzos por impedir el recalentamiento del planeta. Las promesas de reducir las emisiones de carbono que se hicieron en Río de Janeiro en 1992 no se han convertido en realidad. Los compromisos más serios que se adquirieron en Kyoto cinco años después no han conseguido mantener las emisiones bajo control. La única enseñanza posible es que los acuerdos de reducción de emisiones de carbono son una fórmula costosa, políticamente difícil y, a la postre, ineficaz, de reducir los aumentos de la temperatura.
Es una enseñanza de la que muchos no quieren enterarse. Arrastrados por la presión de las grandes empresas y los activistas famosos, los políticos tienen previsto reunirse en Copenhague en diciembre para negociar un nuevo tratado sobre las emisiones de carbono. Aun en el supuesto de que se las arreglen para salvar sus diferencias y firmar algún tipo de acuerdo, lo más probable es que los políticos del mañana no lleguen a cumplir los compromisos. El recalentamiento del planeta no exige que se haga algo; exige que se haga algo eficaz. De no ser así, no haremos más que perder el tiempo.
Para posibilitar un debate informado, el Copenhagen Consensus Center ha encargado una investigación centrada en los costes y beneficios de todas las opciones de política medioambiental. El conocido economista experto en clima, el profesor doctor Richard Tol, ha llegado a la conclusión de que un impuesto sobre las emisiones de carbono es la única posibilidad de reducir estos gases. Además, tendría sentido económico. Su trabajo ha demostrado la inutilidad de los esfuerzos por mantener los aumentos de temperatura por debajo de los 20 grados mediante la reducción de emisiones.
Algunos modelos económicos consideran que ese objetivo es imposible de alcanzar sin la adopción de medidas drásticas, como la reducción de la población mundial en un tercio. Los modelos que consideran viable la consecución del objetivo demuestran que el PIB (Producto Interior Bruto) del mundo entero sufriría una tremenda contracción, del orden del 12,9% en el 2100, es decir, una disminución de 40 billones de dólares al año.
No faltan quienes afirman que el recalentamiento del planeta será tan terrible que una disminución del 12,9% del PIB es un precio reducido a cambio de impedir que se produzca. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la mayoría de los modelos económicos demuestran que permitir el recalentamiento del planeta sin ponerle coto costaría en 2100 a las naciones ricas alrededor de un 2% de su PIB y a los países pobres, alrededor del 5%.
Incluso esas cifras son una barbaridad. Un grupo de economistas venecianos del clima, dirigidos por el profesor Carlo Carraro, ha examinado en detalle cómo se adaptará la población a los cambios climáticos. En las zonas con menos agua para la agricultura, los campesinos utilizarán más el riego por goteo, por ejemplo, mientras que los que dispongan de más agua obtendrán mejores cosechas.
Teniendo en cuenta esta denominada «adaptación al mercado» de carácter natural, nos aclimataremos a los efectos negativos del recalentamiento del planeta y aprovecharemos en nuestro favor los cambios, lo que de hecho generará un efecto positivo del recalentamiento del planeta en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), del orden del 0,1% de aumento del PIB en el año 2100. En los países pobres, la adaptación del mercado reducirá las pérdidas relacionadas con el cambio climático al 2,9% del PIB, lo que sigue suponiendo un efecto negativo considerable. El verdadero problema del recalentamiento del planeta consiste en atajar sus terribles efectos en el tercer mundo.
Carraro demuestra que la adaptación evitaría mucho más el cambio climático que la reducción de emisiones de carbono. Reducir las emisiones a un nivel que no acabe con el crecimiento económico podría evitar unos perjuicios valorables en tres billones de dólares, mientras que la adaptación podría evitarlos por un importe de ocho billones de dólares. Por cada dólar que se invierta en adaptación, obtendríamos alrededor de 1,7 en términos de cambios positivos para nuestro planeta.
La adaptación significa asimismo el salvamento de muchas vidas en las catástrofes debidas al recalentamiento del planeta. Si preparamos a nuestras sociedades para los más violentos huracanes del futuro, las estamos asimismo ayudando a afrontar en mejores condiciones los fenómenos climáticos extremos de nuestros días.
No deberíamos olvidarnos de las emisiones de gases de efecto invernadero. La profesora Claudia Kemfert demuestra que, en términos de minimización de los daños producidos por el clima, reducir las emisiones de metano es más barato que reducir las emisiones de carbono y, como además el metano es un gas de vida mucho más corta, su disminución puede contribuir en gran medida a evitar parte de lo peor del recalentamiento a corto plazo. Hay otros estudios que ponen de relieve los beneficios de reducir las emisiones de carbono y las ventajas de utilizar los bosques para reducir los gases de efecto invernadero, sobre todo si nos planteamos unos objetivos drásticos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
También merecen que se les preste atención algunos planteamientos de políticas más escoradas a la izquierda. En una investigación revolucionaria, el doctor J. Eric Bickel y Lee Lane han estudiado los costes y beneficios de manipulación del clima. Una propuesta, el blanqueamiento de la nubosidad marina -procedimiento en virtud del cual desde barcos se rociarían con agua de mar las nubes marinas para hacer que reflejaran una mayor cantidad de luz solar que se devolvería al espacio-, intensificaría el proceso natural por el que la sal de los océanos aporta vapor de agua a los núcleos de condensación de las nubes.
No dejan de resultar sorprendentes las conclusiones a las que llega el doctor Bickel: podríamos ser capaces de contrarrestar el recalentamiento del planeta en este siglo con una inversión de nueve mil millones de dólares en esta tecnología. Y que sus beneficios, gracias a que se evitaría el aumento de la temperatura, sumarían en torno a los 20 billones de dólares. Esta proporción es equivalente a ahorrar alrededor de dos mil dólares de graves daños climáticos por cada dólar invertido.
Las preocupaciones de orden ético en torno a la manipulación del clima deberían ser parte de nuestro debate pero, si lo que más nos importa es evitar temperaturas más elevadas, parece que deberíamos mostrarnos alborozados de que este planteamiento tan simple y tan eficaz en términos de coste ofrezca perspectivas tan prometedoras.
Otra alternativa consiste en centrarse en una respuesta tecnológica al recalentamiento del planeta. Va a hacer falta toda una revolución tecnológica para poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles y todavía no estamos siquiera en puertas de la puesta en marcha de esa revolución.
Los profesores Chris Green e Isabel Galiana señalan que las fuentes de energía a partir de combustibles no fósiles, como la energía nuclear, la eólica, la solar y la geotérmica, de acuerdo con lo que hoy está a nuestro alcance, no nos llevan más que a menos de la mitad de la distancia hasta la meta de conseguir que se estabilicen las emisiones de carbono en el año 2050, una parte minúscula de lo que nos quedaría hasta conseguir su estabilización en el año 2100.
Un impuesto sobre las emisiones elevadas de carbono no hará más que perjudicar el crecimiento económico si no hay disponible una tecnología alternativa, lo que no llevará sino a empeorar nuestra situación. El profesor Green propone que los políticos abandonen todas esas negociaciones tan difíciles sobre la reducción de las emisiones de carbono y que en su lugar lleguen a acuerdos de inversión en investigación y desarrollo.
Invertir anualmente unos 100.000 millones de dólares en investigación de energías que no produzcan carbono significaría que, en lo fundamental, podríamos resolver el cambio climático en el plazo de un siglo. Green calcula los beneficios -desde la reducción del recalentamiento hasta una mayor prosperidad- y llega a una conclusión más bien conservadora de que, por cada dólar invertido, este planteamiento equivaldría a unos 11 dólares para evitar daños originados por el cambio climático.
Este planteamiento no sólo tendría unas probabilidades mucho más elevadas de atajar de manera efectiva el cambio climático, sino que gozaría de muchas más probabilidades de éxito político, porque países que tienen miedo de firmar unos objetivos de reducción de emisiones que les resultan muy costosos se sentirían sin embargo más inclinados a aceptar la senda más barata y más presentable de la innovación.
Está claro que las reducciones de gases de efecto invernadero no son la única respuesta al recalentamiento del planeta.
A nuestra generación no se la juzgará por la brillantez de lo que diga acerca del recalentamiento del planeta o por el grado de nuestra preocupación al respecto. Se juzgará si habremos sido capaces o no de poner coto al sufrimiento que este problema va a causar. Es imperiosamente necesario que los políticos dejen de prometernos la Tierra y empiecen a considerar métodos más eficaces de ayudarla.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
>Luz sobre una idea brillante
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Ahora que el cambio climático apremia a ahorrar energía, es paradójico que se sigan utilizando alegremente bombillas que sólo convierten un 10 % de su energía en luz, perdiéndose el resto en la generación de calor. La bombilla incandescente existe desde 1879, pero cada vez son más numerosos quienes abogan por introducir una modernización digna del siglo XXI. EEUU, Australia, Canadá, Brasil y Argentina han decidido eliminarla gradualmente -o proyectan hacerlo- y sustituirla por alternativas más eficaces. También la UE ha reconocido las ventajas de pasar a sistemas de iluminación de mayor rendimiento energético. Empezando, este mismo mes, con la prohibición de las bombillas incandescentes de 100 vatios o más, Bruselas ha optado por retirar gradualmente del mercado europeo todas las bombillas ineficientes. De aquí a 2020, tiempo para que consumidores y empresas puedan adaptarse al cambio, la medida habrá permitido ahorrar energía suficiente como para abastecer a 11 millones de hogares cada año y supondrá a cada familia un ahorro de más de 50 euros en su factura de electricidad.
Toda contribución cuenta en la lucha contra el cambio climático. Corresponde a los legisladores detectar esas oportunidades y crear las condiciones óptimas para la transformación. La preparación de esta legislación, basada en solventes datos científicos, ha contado con la participación de las organizaciones de consumidores y de los fabricantes.
¿Cuáles son esas alternativas eficaces? Por ejemplo, las bombillas incandescentes transparentes. Perfeccionadas con tecnología halógena, ofrecen luz de del mismo tipo y de la misma calidad que las bombillas incandescentes convencionales. Además, tienen la misma apariencia y generan un flujo luminoso completo desde el momento en que se encienden. También son interesantes los diodos emisores de luz (LED), que, siendo tan eficientes como las bombillas fluorescentes compactas, no contienen mercurio y duran todavía más.
Algunas personas han manifestado su preocupación acerca del contenido de mercurio, una sustancia peligrosa, de las bombillas fluorescentes compactas. No obstante, en los últimos 50 años se han utilizado sin problema bombillas con mercurio en la mayor parte de los edificios públicos y oficinas. El mercurio sólo puede escaparse si los tubos de iluminación se rompen accidentalmente, caso en el que se emitiría una cantidad máxima de cinco miligramos. Los usuarios podrán consultar el envase o las web correspondientes para obtener información sobre la forma más segura de desechar las bombillas rotas. Existen también ideas falsas sobre la calidad de la luz emitida por las bombillas fluorescentes compactas. Lo cierto es que pueden producir tanta luz como las bombillas eléctricas tradicionales.
La eliminación gradual de las bombillas incandescentes tiene, pues, ante todo, la finalidad de ahorrar energía y ahorrar dinero a los ciudadanos. El momento de proceder a ese cambio ha llegado.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
>Recesión, cambio climático y planificación
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En la actualidad, el cambio climático y la actitud que hay que tomar ante él son cuestiones que no dejan de aparecer en las noticias. Lo mismo ocurre, claro está, con la recesión económica, de alcance igualmente mundial y por sí sola enormemente preocupante. ¿Pero qué relación puede acabar estableciéndose entre ambos problemas?
Según Sigmund Freud, cualquier crisis puede suponer un estímulo para la parte positiva de nuestra personalidad, siendo una oportunidad de empezar de nuevo. Y esto es algo que no se les ha escapado a los dirigentes políticos. Siguiendo el ejemplo del presidente estadounidense Obama, muchos se han apuntado a la idea de un New Deal del cambio climático. Se entiende que la inversión en tecnologías que producen pocas emisiones de dióxido de carbono, el aislamiento de los edificios y el uso del transporte público pueden ser cruciales para volver a poner en marcha la economía.
Nick Stern, autor del célebre Informe Stern sobre la economía del cambio climático, señala que a esas medidas tendría que destinarse por lo menos el 20% de los fondos para planes de recuperación. Las propuestas de Obama se quedan un poco cortas a ese respecto. Pero algunos países están destinando mucho más. Corea del Sur, por ejemplo, dedica a medidas de ese tipo un mínimo de dos tercios de su plan de recuperación.
Yo soy partidario de ese New Deal del cambio climático y confío en que produzca el doble beneficio que se pretende (que, en realidad, sería triple si los países consiguieran también reducir su dependencia respecto al crudo importado). Sin embargo, el efecto estimulante del que hablaba Freud debería galvanizarnos para que nuestras ideas y nuestros actos se orientaran a un frente mucho más amplio.
Nos encontramos en el punto culminante de una gran revolución, la de la inminente desaparición de la economía dependiente del crudo. Ha llegado el momento de ponerse a evaluar sus posibles implicaciones, que van desde lo práctico y lo prosaico hasta aspectos especulativos y de mayor alcance.
En lo tocante a lo práctico, hay que prestar mucha atención al empleo. Según sus partidarios, el New Deal del cambio climático creará por sí mismo nuevos puestos de trabajo. Yo no estoy tan seguro de ello si, como debería ser, estamos hablando de empleos netos, es decir, de más puestos de trabajo que antes. Al incrementarse la cantidad de energía producida con medios que generan menos emisiones de dióxido de carbono, y con ella la eficiencia energética, algunos trabajadores de sectores ligados a la producción de combustibles fósiles, como el carbón, se quedarán sin empleo. La mayoría de las innovaciones tecnológicas, más que incrementar la necesidad de mano de obra, la reducen.
Los puestos de trabajo los crearán menos las propias tecnologías renovables que los cambios de forma de vida resultantes de afrontar el cambio climático y de incrementar la seguridad energética. Cambiarán las sensibilidades y con ellas los gustos. La nueva economía será todavía más radicalmente posindustrial que la que ahora tenemos. Al igual que se encontraron formas de revitalizar zonas portuarias de las que ahora se ha evaporado el sector naviero, de los empresarios dependerá la labor de detectar las oportunidades económicas que traiga consigo la expansión.
Al reflexionar sobre qué tipo de recuperación debería permitirnos salir de la recesión, tendríamos que pensar seriamente en la naturaleza del propio crecimiento económico, por lo menos en los países ricos. Hace tiempo que se sabe que, por encima de cierto nivel de prosperidad, el crecimiento no conduce necesariamente a un mayor bienestar personal y social. Ahora es el momento de añadirle al PIB criterios más equilibrados para calibrar el bienestar y de darles una auténtica resonancia política. Ha llegado la hora de plantear una crítica sostenida y positiva del consumismo, que pueda tener peso político. Ahora es el momento de descubrir cómo garantizar que la recuperación no conlleve un retorno a una sociedad inundada por el dinero.
El periodo de la desregulación thatcheriana ha terminado. El Estado ha vuelto. Necesitaremos políticas activas de industrialización y planificación, centradas en las instituciones económicas, pero también en el cambio climático y en la política energética.
Sin embargo, habrá que evitar los errores cometidos por anteriores generaciones de planificadores. Aquí también aparecen varios problemas. Pensemos, por ejemplo, en las tecnologías renovables. Si en algún momento los combustibles fósiles pasan a la historia, la tecnología tendrá que cambiar drásticamente. Sin embargo, ¿cómo van a decidir los Gobiernos qué tecnologías hay que respaldar? ¿Cómo pueden enfrentarse al hecho de que, como ocurrió con Internet, es frecuente que nadie prevea las innovaciones tecnológicas más trascendentales?
Tenemos que encontrar un nuevo papel para el Gobierno, pero también para los mecanismos de mercado. De repente, los complejos instrumentos financieros, a los que se culpa de la debacle en los mercados, han pasado de moda. Sin embargo, seguiremos necesitándolos, porque, en realidad, con la regulación adecuada, en lugar de ir en contra de la inversión de larga duración, son la clave que la posibilita.
Pensemos en el caso de los seguros que cubren daños ocasionados por fenómenos meteorológicos extremos como los huracanes caribeños. Esos episodios serán más frecuentes y más virulentos, ya que es prácticamente seguro que va a producirse cierto cambio climático. Para lidiar con los daños que se registren, será muy importante que, sobre todo los más pobres, cuenten con seguros que los cubran. Las aseguradoras privadas tendrán que proporcionar gran parte del capital, ya que sus muchas obligaciones en otros sectores las convierten en una garantía a la que sólo se recurrirá en última instancia.
Al final, nos topamos con el origen de todo esto, la globalización, que ha avanzado a marchas forzadas sin someterse a los adecuados controles internacionales. El futuro exige una regulación eficiente de los mercados financieros mundiales, que quizá podría allanar el camino para la colaboración esencial que se precisa para enfrentarse al cambio climático (a este respecto, cuando 200 países se preparan para las reuniones que en diciembre patrocinará la ONU en Copenhague, también habrá que replantearse muchas cosas). A manos de la crisis financiera y sus secuelas, arraigadas formas de pensar han sufrido una sacudida que podría y debería ser de enorme importancia. Nos encontramos al final del fin de la historia.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
>Oficio de tinieblas
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El hombre es un animal simbólico. O, mejor, el hombre es un animal, sobre todo, simbólico. El apagón del sábado 28 de marzo, que sumió en la tiniebla un conjunto de monumentos colosales –ninguno de humilde belleza–, desde la ópera de Sídney hasta las pirámides cairotas, destacó por su simbolismo sin eficacia.
No estoy en contra. Todo lo que sea ahorrar una brizna de energía, o reducir la polución lumínica de nuestros cielos, me parece muy bien. Aunque sea de modo tan nimio. Una hora aquí y allá, unos minúsculos watios. Una gota en el océano. (Y de dudosa estética: el son et lumière es uno de los desaguisados mayores de nuestros mediáticos tiempos. Un respiro, por favor, para el son y para la lumière. Un oxímoron como aquello de la musica tecno.) No se diseñó el Partenón para que le pusieran focos nocturnos y se violara así el misterio de su nocturna belleza. Al dórico no le van esas cosas. (Tal vez a Gaudí, pero mejor que no entremos en el espinoso asunto) Menos mal que la diosa Atenea lo abandonó siglos ha, antes de que los turcos lo transformaran en polvorín y los venecianos lo volaran, en 1687.
SOMOS DIESTROS en el mareo de la perdiz. Los científicos –2.300 de ellos, nada menos– acaban de decirnos desde Copenhague que el nivel del mar está subiendo el doble de lo previsto, para que en la reunión de las Naciones Unidas del próximo diciembre se haga algo para poner coto a la situación. Lástima grande que, como han señalado muchos de ellos, ya comienza a ser demasiado tarde para cataplasmas.
En su famoso informe del 2006 –al que nadie hace caso– lord Stern avisaba de que hacia el fin de nuestro siglo XXI, las temperaturas habrían aumentado entre 2 y 3 grados centígrados. Ahora, en Copenhague, se ha corregido a sí mismo para anunciar una subida de 4 a 7 grados. En otro orden de cosas (¿desorden de cosas?), la destrucción de la selva amazónica se va acercando a la mitad del territorio que cubría. ¿Irreversible? Eso parece. Ni Lula lo para.
Mientras tanto, las respuestas de los españoles a las encuestas sobre lo que hacen o están dispuestos a hacer para combatir el desastre climático, reciclar mínimamente los residuos o controlar el gasto energético, no dejan lugar a dudas. A la mayoría les importa un bledo. No me refiero a lo que piensan o dicen que piensan, sino a lo que están dispuestos a hacer, en su vida cotidiana, para colaborar. Para cuando se hayan educado del todo –muchos lustros después de que haya desaparecido no ya el último glaciar, sino el último helero de Sierra Nevada o del Pirineo– el nivel marino de las aguas ya habrá obliterado varios países. Si son, que serán, como Bangladés, volcarán millones de emigrantes sobre resto del mundo. ¿Los recibiremos por acá? Mientras tanto, algunos bienintencionados ayuntamientos, como el de Barcelona, se habrán preocupado más por bajar un poco –muy poco– la contaminación de las autopistas, poniendo límites variables de velocidad, sin pensar en la hecatombe marina que se echa encima. Algunos especialistas la consideran peor que la polución atmosférica.
El remedio tardío e imperfecto, pero remedio al fin y al cabo, que pueda ponerse a esta gravísima situación para la humanidad, no es solo de prioridades, sino más bien de percepción social, moral y política de esas prioridades. La crisis económica que se ha desencadenado desde hace unos meses –la gente empezó a enterarse a fines de agosto, en medio del estupor estival– estimula una conciencia aguda de peligro para el bienestar, que, a su vez, sirve de cortina de espeso humo ante peores desastres. La economía, lo enseñamos en clase a los chicos de primero, es cíclica: ahora estamos en una fase desagradable, de la que, si los dioses no lo estropean, saldremos mañana. Pero el desastre ambiental no lo es. La capacidad de autorregulación y reequilibrio de los ecosistemas naturales y de los ecosistemas sociales, con todo y ser muy alta –según cada ámbito–, tiene un límite y obedece a normas muy distintas de las de la economía.
JUNTO A ESTA terrible dificultad –la de que un problema relativamente menor, aunque grave, oculte otro muy superior– está la no menos seria de los optimistas irresponsables, cuyo afán consiste en tildar a quienes expresan preocupaciones como las que yo ahora transmito de catastrofistas, de profetas de la hecatombe y el apocalipsis. En vez de intentar conversar racional y serenamente con quienes saben de qué hablan, acusan a quienes anuncian la catástrofe a todas luces –o a todas tinieblas, si lo único que nos preocupa es apagar el Big Ben y el Empire State una horita– de emitir jeremiadas. Lo cual equivale a eludir la cuestión, o fugir d’estudi. Nunca fue más adecuada esta estupenda expresión catalana. Porque los que niegan, sin razones ni información fehaciente en mano, las buenas razones y los sanos argumentos de quienes anuncian lo que va a llegar mañana con toda seguridad, no hacen sino huir de lo que el estudio enseña.
Vamos mal. Mientras tanto, apaguen alguna que otra luz, pero que no dure mucho, por favor. La tele no, y tampoco la nevera. Que no cunda el pánico. Ya cundirá mañana.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
>Yo no apagaré la luz el sábado
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Este sábado, World Wildlife Fund (WWF) quiere que se apaguen durante una hora las luces en todo el planeta como un gesto a favor de la Tierra y en contra del calentamiento global. En España, muchas ciudades tomarán parte en esta iniciativa de manera oficial, entre ellas Barcelona, Madrid, Zaragoza, Granada, Bilbao, Valencia y Segovia. Las luces de monumentos emblemáticos como la Giralda, la Torre del Oro, el Puente de Triana, el Palacio Real, el Congreso de los Diputados y la puerta de Alcalá se quedarán a oscuras.A los españoles se les ha animado, además, a que apaguen las luces en sus casas.
Estos esfuerzos están cargados de buenas intenciones. Pero, desgraciadamente, esta iniciativa es un gesto puramente simbólico que infunde la errónea impresión de que hay fórmulas fáciles e instantáneas para resolver el cambio climático. Aun en el supuesto de que en este sábado 1.000 millones de personas apagaran las luces, toda la operación supondría en su conjunto el equivalente a la suspensión de las emisiones de gases de efecto invernadero de China durante sólo seis segundos. En términos económicos, los beneficios medioambientales y humanitarios de los esfuerzos de todo el mundo desarrollado ascenderían a no más de 10.000 libras esterlinas [alrededor de 10.752 euros al cambio de hoy].
La campaña no pide a nadie que haga algo que le cueste más, como prescindir de calefacción, el aire acondicionado, los teléfonos, internet o la comida caliente. Es de suponer que si alguien se sienta en su casa a ver la televisión, con la calefacción y el ordenador en funcionamiento, podrá afirmar que ha tomado parte en una respuesta al recalentamiento del planeta siempre que mantenga apagadas las luces de su casa. El simbolismo es casi perverso. Además, la iniciativa podría producir una contaminación más elevada en conjunto que si nos limitamos a dejar las luces encendidas.
Cuando se le pide que prescinda de la electricidad, la gente recurre a las velas. Las velas parecen muy naturales, pero son casi cien veces menos eficaces que las tradicionales bombillas incandescentes y más de 300 veces menos eficaces que las luces fluorescentes. Si se enciende una vela por cada bombilla que se apague, el que lo haga no estará reduciendo las emisiones de CO2 en absoluto e incluso, si enciende dos velas, emitirá aún más CO2. Por si fuera poco, las velas contribuyen a la contaminación del aire en recintos cerrados entre 10 y 100 veces más que el nivel de contaminación producido por todos los coches, la industria y la producción de electricidad.
No hay ningún sustituto barato del carbono que quemamos. Esta es la razón por la que muchas promesas de reducciones drásticas de CO2 se quedan simplemente en compromisos vacíos de contenido.Una solución seria al recalentamiento del planeta tiene que centrarse necesariamente en la investigación y desarrollo de energías limpias en lugar de empeñarse en promesas vacías de reducción de las emisiones de carbono.
Es indispensable que de manera urgente consigamos hacer de la energía solar y de otras tecnologías innovadoras recursos más baratos que los combustibles fósiles, de manera que podamos liberarnos de las fuentes tradicionales de energía durante mucho más tiempo que una sola hora y, a la vez, mantener el planeta en funcionamiento. Todos los países deberían ponerse de acuerdo en destinar un 0,05% de su PIB a la investigación y desarrollo de energías con bajas emisiones de carbono.
No deja de resultar irónico que actos puramente simbólicos nos retrotraigan en estos tiempos a otras épocas más sombrías
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
>Para que la recuperación se vista de verde
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Nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos nunca nos perdonarán si -durante nuestros acalorados debates sobre nuestros problemas financieros y económicos- no conseguimos un acuerdo internacional a largo plazo sobre la forma de enfriar nuestro planeta. Ahora que los líderes mundiales están reuniéndose con regularidad para encontrar la mejor manera de reformar los mercados y organismos financieros internacionales, tienen que aprovechar la oportunidad para asegurar que la recuperación, cuando llegue, se vista de verde. Siempre existe la preocupación de que, ante el temor de una recesión, las personas y los gobiernos «cierren las escotillas», relegando al olvido cualquier idea de salvar el planeta. Tal como dijo The Economist en 1991, cuando acechaba la última recesión: «¡Adiós, verdes! Les veremos en el próximo período de boom económico». Pero 18 años más tarde, la revolución verde está más afianzada y mejor situada para capear «el huracán económico internacional que azota el mundo». El mercado mundial de bienes y servicios medioambientales está creciendo y muchos países están comprometiéndose en firme con el desarrollo de una economía baja en carbono. En 2008, el Reino Unido aprobó la Ley de Cambio Climático; China e India han publicado sus Planes de Acción sobre el Cambio Climático; México ha prometido reducir sus emisiones a la mitad en 2050 y Europa en 2020; la ONU ha dado a conocer su Iniciativa de Economía Verde; y hace unas semanas, la Administración Obama tomó medidas para acelerar la introducción de vehículos más limpios. Estados Unidos, responsable del 24% de las emisiones globales, pretende reducirlas al 80% por debajo de los niveles de 1990 para el año 2050 y también prevé invertir 150 mil millones a lo largo de 10 años en fuentes energéticas bajas en carbono que ayuden a crear 5 millones de puestos de trabajo.
Algunos comentaristas ven la recesión actual como una verdadera oportunidad para invertir el cambio climático. En un momento en que los gobiernos de todo el mundo están optando por aumentar el gasto como forma de salir de la recesión y están reiterando su compromiso con la lucha contra el cambio climático, la inversión en tecnologías limpias -conocida como la sexta revolución industrial- parece una clara opción. Tal como afirmó Lord Nicholas Stern recientemente: «El crecimiento bajo en carbono va a ser la única vía de crecimiento en el futuro». Asimismo, el Instituto de Recursos Mundiales ha calculado que por cada mil millones de dólares que se gasten ahora en EE.UU en tecnologías bajas en carbono, se generarán 30.100 puestos de trabajo.
La regulación, transparencia y reforma financiera, así como la necesidad de emprender el camino hacia la estabilidad y el crecimiento económico, serán las prioridades de la Cumbre de Londres en abril, pero no debe pensarse que el tema del desarrollo de economías bajas en carbono está reñido con esta agenda. Una economía verde no es una utopía. Es un factor crítico a la hora de garantizar la competitividad. Todas las naciones quieren crecer y desarrollarse, y se están dando cuenta cada vez más de que hay que hacerlo conforme a una estrategia baja en carbono. De lo contrario, corremos el riesgo de inhibir el crecimiento a largo plazo. Hay quienes afirman que, a la vista de las presiones actuales, deberíamos centrarnos únicamente en los intereses económicos y que tenemos que elegir la estabilidad económica antes que la estabilidad medioambiental. Necesitamos ambas cosas. El cambio climático no respeta la geografía, las fronteras nacionales o las barreras arancelarias. Es un problema global y requiere una respuesta global coordinada y comprometida. Al igual que con los flujos comerciales internacionales y la reforma financiera, el proteccionismo no es la solución. La Cumbre de Londres se centrará necesariamente en lograr una respuesta efectiva a la crisis económica mundial. Pero no olvidaremos nuestros intereses a más largo plazo, y esperamos alcanzar un acuerdo sobre medidas que apoyen una recuperación internacional basada en bajas emisiones de carbono. Como dijo recientemente Lord Finsbury, Presidente de la Agencia Medioambiental en el Reino Unido: «Un nuevo acuerdo verde debe ser una parte central del paquete de medidas de recuperación para vencer la crisis crediticia.»
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
>El deshielo de los polos afecta ya a las corrientes oceánicas
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Una investigación en el marco del Año Polar Internacional (API) 2007-2008 aporta nuevas pruebas sobre la generalización de los efectos del calentamiento global en las regiones polares, según han anunciado sus autores en un comunicado. La nieve y el hielo están disminuyendo en ambas regiones polares, lo que afecta tanto a la vida humana como a la vida animal y vegetal local del Ártico, y a la circulación oceánica y atmosférica mundial y al nivel del mar. Estos son sólo algunos de los resultados que figuran en el documento Estado de la Investigación Polar [archivo en PDF], publicado hoy por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU).
El API se puso en marcha en marzo de 2007 y comprende un período de dos años que abarca hasta marzo de 2009 para permitir que se puedan realizar observaciones en ambas regiones polares. Para Michel Jarraud, Secretario General de la OMM, «las nuevas pruebas resultantes de la investigación polar consolidarán la base científica sobre la que se fundamentarán las actividades del futuro.»
El comunicado de prensa asegura que ahora queda claro que las capas de hielo de Groenlandia y de la Antártida están perdiendo masa, lo que contribuye a la elevación del nivel del mar. El calentamiento en la Antártida está mucho más generalizado de lo que se pensaba antes del API y resulta que en Groenlandia cada vez hay menos volumen de hielo. Los investigadores también descubrieron que en el Ártico, durante los veranos de 2007 y 2008, la extensión mínima del hielo marino durante todo el año disminuyó al nivel más bajo detectado nunca desde que empezaron a elaborar a registros satelitales hace 30 años.
En las expediciones realizadas en el marco del API se registró también un ritmo sin precedentes de la deriva de los hielos en el Ártico. Debido al calentamiento global, cambiaron los tipos y el alcance de la vegetación en el Ártico, lo que afectó a los animales de pastoreo y a la caza. Otras pruebas del calentamiento del planeta son las obtenidas por los buques de investigación del API, que han confirmado que el nivel de calentamiento del océano Austral está por encima de lo normal. El enfriamiento de las corrientes de los fondos oceánicos cerca de la Antártida es coherente con el aumento del derretimiento del hielo de la Antártida y podría afectar a la circulación oceánica. Por consiguiente, el calentamiento global afecta a la Antártida de formas que antes no se conocían.
La investigación realizada en el marco del API también ha identificado grandes reservas de carbono almacenado como el metano en el permafrost (capa profunda del suelo permanentemente helada). El deshielo del permafrost amenaza con desestabilizar el metano -un gas de efecto invernadero- almacenado y enviarlo a la atmósfera. De hecho, los investigadores del API que se encontraban a lo largo de la costa de Siberia observaron emisiones sustanciales de metano procedentes de los sedimentos de los océanos.
Datos atmosféricos
El API también ha dado una nueva perspectiva de la investigación atmosférica. Los investigadores han descubierto que las tormentas del Atlántico Norte son las principales fuentes de calor y humedad de las regiones polares. La comprensión de esos mecanismos mejorará las predicciones de la trayectoria y la intensidad de las tormentas. Los estudios sobre el agujero de ozono también se han beneficiado de las investigaciones realizadas en el marco del API, ya que se han detectado nuevas conexiones entre las concentraciones de ozono por encima de la Antártida y las condiciones de viento y tormenta en el océano Austral.
«El trabajo iniciado por el API debe continuar», señaló Michel Jarraud. «En los próximos decenios seguirá siendo necesaria una acción coordinada internacionalmente en relación con las regiones polares», añadió. En el documento Estado de la Investigación Polar no sólo se describen algunos de los descubrimientos realizados durante el API, sino que también se recomiendan una serie de prioridades para la acción futura con el fin de garantizar que la sociedad esté mejor informada sobre los cambios polares en curso, su probable evolución futura y sus repercusiones globales.
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