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>Ciudades y cambio climático: retos, oportunidades y experiencias

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Por Lara Lázaro Touza, investigadora, Real Instituto Elcano (REAL INSTITUTO ELCANO, 21/03/11):
Tema: Las ciudades emiten entre el 60% y el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial, y consumen aproximadamente esos mismos porcentajes de la energía mundial. Además, tienen un gran potencial de mitigación. Estas características hacen que la ciudad sea un espacio clave en la consecución de futuros compromisos climáticos.
Resumen: Este ARI estudia las características clave de las ciudades como principales emisores de gases de efecto invernadero (GEI) y consumidores de energía. Además, hace un repaso de las fuentes y sectores que contribuyen de manera significativa a dicho consumo energético (y emisiones asociadas). Hecho esto, el documento pasa a presentar las principales consecuencias del cambio climático que son de especial relevancia a nivel local, como por ejemplo el Efecto Isla de Calor (Urban Heat Island, UHI en sus siglas en inglés). Una vez analizadas las consecuencias del cambio climático en las ciudades se hará una breve reflexión sobre algunas de las políticas de cambio climático que se están llevando a cabo en distintas ciudades del mundo. El análisis de dichas experiencias ayudará a presentar recomendaciones para la acción en materia de reducción de emisiones de GEI en ciudades que no han desarrollado aún una estrategia de lucha contra el cambio climático, o que tienen previsto revisar la que ya tienen.
Análisis: Las políticas de cambio climático a nivel local se han desarrollado de manera más o menos global desde la década de los 90 del siglo XX, especialmente en países desarrollados. El conocimiento de las políticas de cambio climático en las ciudades sigue siendo, sin embargo, limitado, por lo que análisis recientes como los de la OECD (2009, 2010) y de autores como Bestill y Bulkeley (2007) y Hallegatte et al. (2008, 2010) son de interés a la hora de afrontar futuras decisiones sobre reducción de GEI y adaptación a las consecuencias del cambio climático. Además, dado el potencial de ahorro energético de las ciudades, cifrado en dos tercios del ahorro energético potencial total (OCDE, 2008), es esencial que se incluya el nivel local en los cálculos nacionales e internacionales de mitigación y adaptación al cambio climático. En futuras conferencias de las partes, como en Durban a finales de 2010, el papel de las ciudades podría ayudar a seguir avanzando en la limitación de las emisiones de gases de efecto invernadero de manera decisiva. Asimismo, la adaptación a las consecuencias esperadas del cambio climático se dará a nivel local, por lo que la política climática en las ciudades tendrá que prestar atención no sólo a la reducción de GEI sino también a la adaptación planificada. Dado el gap entre los compromisos existentes y las acciones necesarias para lograr limitar los efectos del cambio climático, este es un área que es importante explorar.
Las ciudades y las principales fuentes de GEI
Las ciudades se definen como constructos artificiales en los que se sacrifica el entorno natural en favor de la urbe (Camagni, Capello y Nijkamp, 1998) que aglutina un número variable de personas, desde las ciudades de unos miles de habitantes hasta la grandes metrópolis de varios millones. Las ciudades ocupan alrededor del 2% de la superficie terrestre y más del 50% de la población mundial vive actualmente en ellas (Kennedy et al., 2009). En 2030 se estima que este porcentaje llegará al 60% de la población mundial y para mediados del siglo XXI el 70% de la población mundial y el 86% de la población de los países de la OCDE vivirá en ciudades (OCDE, 2010).
En la Figura 1 se recogen las tendencias en el crecimiento de la población entre 1950 y 2050, usando datos de Naciones Unidas.
Además de albergar en la actualidad a más de la mitad de la población mundial en las ciudades, en ellas se concentra una proporción significativa del crecimiento económico, del potencial innovador, del consumo energético y de las emisiones de gases de efecto invernadero de cada país. En los países de la OCDE, por ejemplo, el 40% del PIB nacional proviene de las zonas con mayor concentración de población y en muchos de estos países una sola región metropolitana produce entre un tercio y la mitad del PIB nacional (por ejemplo, Londres, París, Bruselas, Seúl, Dublín, Oslo y Estocolmo, entre otras). La OCDE estima que entre el 60% y el 80% de la energía consumida y de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de las ciudades. A medida que los procesos de urbanización se consolidan, el consumo energético y las consiguientes emisiones de gases de efecto invernadero van en aumento. Esta tendencia es especialmente acusada en ciudades de Asia y África, donde además del proceso urbanizador se está experimentando un cambio en el mix energético de las ciudades que están pasando a ser grandes consumidores de combustibles fósiles (OCDE, 2010).
Según Kennedy et al. (2009) los factores que determinan las emisiones de gases de efecto invernadero de las ciudades incluyen elementos geofísicos como el clima y los recursos naturales a los que tiene acceso la ciudad y elementos técnicos como la generación de energía, el diseño de la ciudad[1] y de sus edificios, el sistema de gestión de residuos y su sistema de transporte. A dichos factores habría que añadir variables socioeconómicas como el nivel de renta y el estilo de vida de los habitantes de la ciudad. Finalmente, la política ambiental y de cambio climático también influye de manera significativa en las emisiones de gases de efecto invernadero en las ciudades.
En general, las variables que favorecerán menores emisiones de gases de efecto invernadero incluyen: climas más templados en los que se necesita menos calefacción o aire acondicionado, mayor acceso a fuentes energéticas renovables, mayor densidad de las ciudades, la disponibilidad de avances tecnológicos y la existencia de políticas climáticas avanzadas.
A modo de ilustración de las principales fuentes de emisiones de GEI, la Figura 2 compara las emisiones directas de gases de efecto invernadero medidos en toneladas de CO2 equivalente per capita y divididos por sectores de 10 grandes ciudades.
Como se ilustra en la Figura 2, el peso de los sectores más intensivos en emisiones de GEI varía en función de la ciudad analizada, siendo no obstante la generación de electricidad, el transporte terrestre y las calefacciones (junto con los combustibles industriales) los sectores más emisores de GEI en las ciudades analizadas.
Consecuencias del cambio climático en las ciudades
Los estudios disponibles indican que las consecuencias del cambio climático se harán sentir de manera especialmente severa en algunas de las grandes ciudades del mundo, en especial en las costeras y en países en desarrollo. Los fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor o inundaciones, pueden causar en las ciudades que no se adapten a tiempo daños mayores en comparación con entornos rurales. La razón de estos mayores daños esperados es que las ciudades dependen en mayor medida que las zonas no urbanas de las infraestructuras y de los servicios básicos a la ciudadanía, como el transporte público, los servicios sanitarios y la gestión de residuos. Además, tal y como se recoge en Hallegatte et al. (2010), dichas infraestructuras tienden a estar insuficientemente preparadas para resistir acontecimientos meteorológicos extremos. En este sentido, la Agencia Europea del Medio Ambiente nos recordaba en su informe de 2009 que acontecimientos como las inundaciones de ciudades alemanas a principios de la década, la ola de calor que dejó más de 50.000 muertos en Europa en 2003[2] (y que afectó a las ciudades en mayor medida en países como Francia) o la necesidad de suministrar agua por buques a la ciudad de Barcelona en 2008, pueden volverse más frecuentes a causa del cambio climático (EEA, 2009).
Las experiencias de fenómenos meteorológicos extremos junto con las predicciones climáticas disponibles indican la necesidad de planificar una respuesta proactiva que tenga en cuenta tanto el coste de oportunidad de las medidas de acción temprana en un contexto económico adverso como el hecho de que las medidas de adecuación y adaptación a dichos fenómenos meteorológicos extremos tardarán años en materializarse. Así, la regionalización de los modelos climáticos y los análisis de los riesgos, los costes y los beneficios de distintas medidas de adaptación serán de ayuda a la hora de formular políticas eficientes, equitativas y viables a nivel político.
Adicionalmente, el entramado urbano de las ciudades produce el “Efecto Isla de Calor” o Urban Heat Island Effect (UHI). Según la agencia de protección del medio ambiente de EEUU (EPA en sus siglas en ingles) este término hace referencia al fenómeno que tiene lugar en ambientes urbanizados que tiene como consecuencia mayores temperaturas observadas (entre 3,5ºC y 4,5ºC) en comparación con ambientes rurales. Como consecuencia del cambio climático se espera, además, que estas diferencias térmicas entre ambientes urbanos y rurales aumenten hasta 1ºC por década, llegando a alcanzar diferencias de hasta 10ºC en grandes metrópolis (OCDE, 2010).
A modo de ilustración, la Figura 3 refleja el posible efecto del cambio climático en las temperaturas de diversas ciudades europeas a finales del siglo XXI.
Como ocurre en otros ámbitos, las consecuencias esperadas para las ciudades del sur de Europa serán más acusadas, pudiendo afectar, entre otros, al confort térmico de turistas y ciudadanos durante los meses de verano, alterando los patrones y las estaciones en la que se viaje a ciudades como Madrid o Roma. Para España, en la que más del 10% del PIB viene del turismo, las consecuencias podrían ser significativas, aunque el efecto de menor turismo en verano podría verse parcialmente compensado por un aumento del turismo en otras épocas del año.
Políticas climáticas en las ciudades
Las respuestas de las ciudades ante el cambio climático se han dado tanto de manera individual como de manera concertada a través de redes de ciudades. Ejemplos de estas redes incluyen: la Red Española de Ciudades por el Clima, el Consejo Internacional para las Iniciativas Ambientales Locales (International Council for Local Environmental Initiatives, ICLEI), la Alianza por el Clima (Climate Alliance, con más de 1.000 miembros en 17 ciudades europeas que se han comprometido a reducir a la mitad sus emisiones de GEI en 2030 en relación a 1990) y el C40 Cities Climate Leadership Group (más centrado en el papel de las compras públicas y en la promoción de tecnologías limpias para influir en el mercado), entre otros.
Uno de los elementos que hacen difícil la articulación de una respuesta adecuada a los efectos potenciales del cambio climático es el hecho de que modificar las infraestructuras de las ciudades (carreteras, suministro de agua y planificación del territorio) suponen costes ciertos a corto plazo, plazos de ejecución de planes y obras dilatados y beneficios a largo plazo con cierto grado de incertidumbre. Esta incertidumbre es inherente a las predicciones climáticas a largo plazo, lo cual no implica que la mejor opción sea la inacción. De hecho, las ciudades llevan respondiendo al reto de reducir sus emisiones de GEI y adaptarse a las consecuencias del cambio climático desde finales del siglo pasado.
Otro de los elementos que dificultan el desarrollo de las políticas de cambio climático es el hecho de que las políticas ambientales se han visto tradicionalmente como enemigas de un mayor crecimiento económico, especialmente en tiempos de crisis. Para evaluar esta hipótesis es necesario contar con datos, muchas veces inexistentes, sobre los costes y los beneficios de las acciones de mitigación y de adaptación, además de tener en cuenta los efectos indirectos que dichos costes y beneficios generan. Ejemplos de los beneficios adicionales que pueden suponer las políticas locales contra cambio climático incluyen (ibid.):
  • Mejora de la calidad del aire de nuestras ciudades al establecer políticas que limiten el tráfico por ejemplo.
  • Mejoras en la salud de los ciudadanos.
  • Ahorro energético derivado de las medidas de eficiencia energética.
  • Reducción de la dependencia energética exterior.
  • Reducción de las probabilidades de derrames de petróleo (al reducir la demanda de combustibles fósiles).
  • Aumento del atractivo de ciudades menos contaminadas para turistas y ciudadanos.
A nivel institucional, son los decisores locales, y en especial los alcaldes y sus departamentos de sostenibilidad, política energética y planificación del territorio, entre otros, los que pueden fomentar de manera decisiva las acciones en los sectores más intensivos en emisiones de GEI de las ciudades. La cooperación con otros agentes sociales como empresas y ciudadanos y la coordinación con otros niveles de toma de decisiones (regional, nacional e internacional) serán además clave en la exitosa consecución de las políticas locales.
Los gobiernos locales pueden influir en las emisiones de gases de efecto invernadero de las ciudades a través de la limitación de sus propios consumos. Además pueden influir en la provisión de servicios públicos más “verdes”, como por ejemplo a través de la sustitución de la flota de vehículos de transporte público por vehículos menos contaminantes. Los ayuntamientos tienen también a su disposición tanto medidas coercitivas (limitación de la velocidad del tráfico, restricciones de tráfico en ciertas zonas o códigos técnicos de edificación, entre otros) como instrumentos de mercado (tasas ambientales sobre los residuos, por ejemplo). Además, los decisores locales pueden influir en el comportamiento de ciudadanos y empresas a través de campañas de información (en España, por ejemplo, las campañas de separación de residuos para su posterior reciclaje o las campañas de ahorro de agua).
Las políticas de mitigación y de adaptación que se analizarán brevemente a continuación incluyen la planificación territorial y de edificación, el transporte, el uso de recursos naturales, las políticas hídricas y la gestión de residuos. Dichas políticas se suelen instrumentar a través de planes y estrategias en las que las ciudades se comprometen a reducir sus emisiones de GEI. Ejemplos de dichos compromisos son los adquiridos por la ciudad de Nueva York, que se ha comprometido a reducir sus emisiones en un 30% entre 2005 y 2030, y Tokio, cuyo compromiso consiste en una reducción del 25% entre 2000 y 2020, entre otros. En Madrid, por ejemplo, el compromiso existente implica una reducción de las emisiones de GEI del 8% en 2020 en relación a los niveles de 1990, además de reducir en un 20% la demanda de combustibles fósiles para 2020 en relación a los niveles de 2004 (Ayuntamiento de Madrid, 2008).
Con relación a la planificación del territorio, es importante recordar que las zonas multi-funcionales en las que hay servicios, zonas residenciales, oficinas, etc., pueden ayudar a reducir el número de desplazamientos por carretera (uno de los factores más relevantes de las emisiones de GEI en las ciudades). Además, las políticas de fomento de las ciudades más compactas son menos intensivas en términos de emisiones de GEI en media (Kennedy et al., 2009). Como expresión más avanzada del uso de la planificación territorial y de la política ambiental a nivel local han surgido también las llamadas eco-ciudades (Tabernero Duque, 2010) cuyas políticas de uso de recursos y generación de residuos tienden a ser más restrictivas que en sus homólogas no “eco”.
Relacionadas con las políticas de planificación del territorio se encuentran también las políticas y códigos de edificación de las ciudades que, al igual que las anteriores, deberán cumplir el doble objetivo de ayudar en la reducción en las emisiones de GEI y de adecuarse a los impactos esperados del cambio climático. El hecho de que en su mayoría las infraestructuras y los edificios tengan una vida útil de más de 50 años hace que sea especialmente importante tener en cuenta las necesidades de la ciudadanía a largo plazo a la hora de regular y construir edificios tanto industriales como comerciales y residenciales. Así, las acciones básicas en materia de edificaciones incluyen (OCDE, 2010; Ayuntamiento de Madrid, com. Pers.): mejoras en la eficiencia energética derivadas de medidas como el aislamiento térmico del parque residencial existente, la localización adecuada de los edificios para optimizar la luz y la temperatura, la selección de materiales de construcción menos intensivos en CO2, la inclusión de auditorías energéticas durante las obras de construcción y el aprovechamiento de techos y cubiertas para fomentar el uso de energías renovables, entre otros. En edificios públicos es cada vez más común ver medidas de ahorro y eficiencia energética como la sustitución de bombillas tradicionales por bombillas de bajo consumo o la moderación de las temperaturas mínimas y máximas, entre otros. Un ejemplo de este tipo de iniciativas se puede ver en la ciudad china de Shenzhen, cuyas autoridades se han comprometido a reducir en un 50% la energía consumida en edificios de nueva construcción y en un 20% en edificios antiguos.
Las recomendaciones básicas a la hora de regular las emisiones de GEI procedentes del transporte rodado en las ciudades incluyen: mejorar los servicios de transporte público (dotación, infraestructuras y conexiones entre poblaciones o fomentando planes de transporte público para empleados), aumentar la eficiencia de los vehículos en circulación (a través de planes de renovación de las flotas de vehículos particulares, por ejemplo), desincentivar el uso individual del vehículo privado (creando, por ejemplo, carriles de alta ocupación, invirtiendo en carril bici, fomentando el tele-trabajo y empleando una tasa de congestión (congestion charge) en el centro de las ciudades, entre otros).
En lo referente a la gestión de los recursos naturales, es importante destacar que iniciativas como plantar árboles en las calles de las ciudades o la creación de espacios verdes, entre otros, suponen aunar las políticas de mitigación y las de adaptación. Esta alineación de las políticas de mitigación y adaptación se debe a que iniciativas como plantar árboles aumentan el potencial de captura de CO2 de las ciudades y, a su vez, ayudan a limitar futuros aumentos de las temperaturas derivados, por ejemplo, del efecto Isla de Calor. Un ejemplo de este tipo de iniciativas lo proporciona la ciudad coreana de Sejong, en la que la mitad de su superficie se dedicará a la creación de zonas verde, parques y muelles (OECD, 2010).
Las políticas hídricas de las ciudades están relacionadas con la política energética y por ende con las emisiones de GEI. En California, por ejemplo, el 20% del consumo energético se deriva de la provisión, el bombeo, la presurización, el proceso de calentado del agua y usos finales. Las políticas de ahorro y uso eficiente de agua pueden ayudar a reducir las emisiones de GEI. Las principales acciones en relación a la política local de agua y cambio climático incluyen: reducción del consumo de agua mediante campañas de concienciación, reparación de fugas, evitar la contaminación de las aguas por inundaciones e instalación de sistemas de riego por goteo, entre otros. Tanto las señales del mercado vía mayores precios, como la limitación de ciertos usos o las campañas informativas, son instrumentos útiles en la limitación en el uso del agua. A pesar de que hay ciudades que ya incluyen las políticas de adaptación planificada o proactiva a sus planes futuros de gestión de agua, esto no es la norma y ciudades como, por ejemplo, Madrid están siguiendo un proceso de adaptación espontáneo o reactivo a las consecuencias del cambio climático en materia hídrica.
La gestión de residuos es otro de los ámbitos de actuación clave en la minimización de emisiones de GEI de las ciudades. Los residuos urbanos tienden a aumentar con el crecimiento económico, por lo que es importante seguir avanzando en políticas que ayuden a desacoplar el crecimiento económico de la generación de residuos. Las políticas de reducción de residuos –como, por ejemplo, el fomento de los procesos de compostaje de comida, aumentar los impuestos de materiales no reciclables, la reducción de envases y embalajes y la mejora en los procesos de incineración,[3] entre otros– son clave a la hora de reducir las emisiones de GEI de los residuos generados. Un ejemplo de éxito en esta materia lo encontramos en la política de gestión de residuos de la ciudad de San Francisco, que ha logrado reducir los residuos que acaban en los vertederos en un 70% a través de fomentar el reciclaje y el compostaje (OECD, 2008).
Recomendaciones
Tras el breve análisis de las causas, consecuencias y acciones que se están llevando a cabo en diversas ciudades del mundo en relación a la mitigación y adaptación al cambio climático, a continuación se pasan a enumerar algunas de las recomendaciones que podrían ser de utilidad para el desarrollo y mejora de las políticas climáticas de las ciudades.
La literatura disponible dice que no hay, hoy por hoy, un criterio universalmente aceptado para contabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero de las ciudades. Este criterio común serviría para poder conocer y comparar los esfuerzos, ayudando a mejorar las medidas de mitigación y adaptación al cambio climático.
En general, los modelos climáticos existentes no tienen la definición adecuada para hacer predicciones con certeza en las ciudades. Invertir esfuerzos y recursos en el diseño y adecuación de modelos climáticos a escala de las ciudades podría ayudar a aumentar la información sobre los efectos del cambio climático como guía para el desarrollo de políticas climáticas de largo plazo en las ciudades.
Estudios como los de Kennedy et al. (2009) indican que las políticas de planificación del territorio encaminadas a fomentar ciudades compactas, en las que se minimicen los desplazamientos en vehículos privados, pueden reducir de manera significativa las emisiones de GEI. Estudiar la posibilidad de aumentar la densidad de las ciudades a la vez que se reservan espaciosverdes siguiendo los ejemplos de ciudades pioneras en este ámbito, puede resultar en mejoras en las cifras de GEI y de beneficios asociados expuestos anteriormente.
En materia de recursos hídricos, se ha argumentado que el consumo de agua puede ser muy intensivo en términos de gasto energético. Esta tendencia puede verse exacerbada con el cambio climático. Conocer los patrones de precipitaciones, riesgos de sequías e inundaciones y planificar las acciones necesarias para minimizar el consumo energético a la vez que se asegura el suministro de agua es esencial en ciudades tradicionalmente castigadas por periodos de sequías intensas.
Finalmente, el reto de la adaptación al cambio climático sigue pendiente en un buen número de ciudades. Si bien es cierto que la adaptación espontánea ocurrirá y será especialmente efectiva en zonas más desarrolladas económicamente, hay actuaciones en materia de adaptación que necesitan planificación e inversiones a largo plazo (por ejemplo, la construcción de diques de contención en ciudades como Rotterdam). Incluir la adaptación en las medidas de mitigación puede ayudar a alinear ambas acciones minimizando las posibles consecuencias del cambio climático.
Conclusiones: Cumplir con el mandato científico de limitar el aumento medio de las temperaturas en relación a la era preindustrial a 2ºC (en un escenario optimista) requerirá aumentar el grado de compromiso de reducción de emisiones de GEI. Dado que las ciudades consumen la mayor parte de la energía, emiten la mayor parte de los GEI de origen antropocéntrico y que, además, las acciones en materia de ahorro y eficiencia energética en el ámbito urbano pueden proporcionar dos terceras partes del ahorro energético potencial, parece claro que es inevitable involucrar de manera cada vez más proactiva a las ciudades en las políticas de mitigación y adaptación.
Dentro de las ciudades, la producción de electricidad, el transporte por carretera y los usos residenciales son los ámbitos en los que se generan la mayor parte de las emisiones de GEI. Para reducir las emisiones y adaptar las ciudades a los efectos del cambio climático se han repasado diversos enfoques y medidas, entre las que destacan la importancia de fomentar ciudades más compactas y multi-funcionales, aumentar en la medida de lo posible y sujeto a criterios de eficiencia el uso de las energías renovables y fomentar el uso del transporte público y de modos alternativos de transporte.
En relación a los retos pendientes, la lista es variada y compleja, pero cabe destacar que es necesario atajar la falta de conocimiento de los efectos del cambio climático a escala sub-nacional. También es necesario desarrollar guías de medición de GEI homogéneas y universalmente aceptadas para las ciudades. Por último, y no menos importante, es esencial empezar a integrar las medidas de adaptación a la planificación de las acciones de mitigación y aumentar la presencia de las ciudades en futuras negociaciones internacionales.
Bibliografía
Ayuntamiento de Madrid (2008), Plan de Uso Sostenible de la Energía y Prevención del Cambio Climático de la Cuidad de Madrid 2008-2012.
Betsill, M., y H. Bulkeley (2007), “Looking Back and Thinking Ahead: A Decade of Cities and Climate Change Research”, Local Environment, nº 12, pp. 447-456.
Camagni, R., R. Capello y P. Nijkamp (1998), “Towards Sustainable City Policy: An Economy-environment Technology Nexus”, Ecological Economics, nº 24, pp. 103-118.
EEA (2009), “Ensuring Quality of Life in Europe’s Cities and Towns”, EEA Report 5/2009, 28 de mayo de 2009.
Hallegatte, S., F. Henriet y J. Corfee-Morlot (2008), “The Economics of Climate Change Impacts and Policy Benefits at City Scale: A Conceptual Framework”, OECD Environment Working Papers, nº 4, OECD Publishing, DOI 10.1787/230232725661.
Hallegatte, S., N. Ranger, O. Mestre, P. Dumas, J. Corfee-Morlot, C. Herweijer y R. Muir-Wood (2010), “Assessing Climate Change Impacts, Sea Level Rise and Storm Surge Risk in Port Cities: A Case Study on Copenhagen”, Climatic Change: Special Issue on Cities and Climate Change, Springer, http://www.epa.gov/heatisld/.
Kennedy, C. et al. (2009), “Greenhouse Gas Emissions from Global Cities”, Environmental Science Technology, nº 43, pp. 7297-7302.
OECD (2008), Competitive Cities and Climate Change, 2nd Annual Meeting of the OECD Roundtable Strategy for Urban Development,OECD, Milán.
OECD (2009), Cities, Towns and Renewable Energy. Yes in My Front Yard, OECD, París.
OECD (2010), Cities and Climate Change, OECD Publishing, París.
Robine, J.M., S.L. Cheung, S. Le Roy et al. (2008), “Death Toll Exceeded 70,000 in Europe during the Summer of 2003”, C.R. Biologies, nº 331, febrero, pp. 171-178.
Tabernero Duque, F.M. (2010), “La arquitectura bioclimática y el cambio climático”, ARI nº 70/2010, Real Instituto Elcano.
Notas:
[1] Más o menos densa en términos de habitantes por km2.
[2] 70.000 según Robine et al. (2008).
[3] En materia de eficiencia energética, así como en la seguridad y minimización de tóxicos, como dioxinas y furanos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

marzo 25, 2011 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario

>Mitigar el calentamiento global también disminuye la obesidad

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Por Ian Roberts, profesor de Epidemiología y Salud Pública en la London School of Hygiene & Tropical Medicine, y autor de The Energy Glut: the Politics of Fatness in an Overheating World. Traducción de Kena Nequiz (Project Syndicate, 02/02/11):
Mitigar el cambio climático ofrece oportunidades incomparables para mejorar la salud y el bienestar del ser humano. En efecto, las políticas de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero pueden traer consigo una disminución significativa de las enfermedades cardiacas y respiratorias, el cáncer, la obesidad, la diabetes, la depresión y las muertes y lesiones por accidentes automovilísticos.
Estos beneficios para la salud surgen porque la política ambiental afecta necesariamente a dos de los principales determinantes de la salud humana: la nutrición y el movimiento. Aunque los profesionales de la salud reconocen cada vez más los beneficios de las políticas que abordan el cambio climático, los encargados del diseño de políticas no los valoran tan ampliamente. La existencia de estos beneficios para la salud supone una reducción radical de los costos netos de emprender acciones firmes para mitigar el cambio climático –lo que significa que el no comprender su importancia podría tener graves consecuencias ambientales.
Los múltiples beneficios para la salud derivados de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero han quedado documentados en investigaciones recientes. Para cumplir las metas de reducción de emisiones en el sector de los transportes se necesitaría, además de reducir el uso del automóvil, aumentar ligeramente las caminatas y el uso de la bicicleta. Sobre la base de evidencias epidemiológicas que vinculan la actividad física con la salud, el aumento resultante de esa actividad reduciría en gran medida las tasas de enfermedad crónica: entre el 10% y el 20% en el caso de las enfermedades cardiacas y los derrames cerebrales, entre el 12% y el 18% en el del cáncer de mama y el 8% en el de la demencia senil.
El transporte sostenible también mejoraría nuestra salud mental, pues se calcula que habría un 6% menos de casos de depresión. Habría beneficios adicionales para la salud mental con más espacios verdes, menos contaminación de ruido y una mejor condición física.
La reducción de la producción de ganado a fin de reducir las emisiones de metano procedentes de los animales y la deforestación –factores que contribuyen significativamente al cambio climático—también mejoraría la salud. Menos ganado significaría menos productos animales en nuestra dieta, lo que reduciría nuestro consumo de grasas saturadas nocivas y conduciría a una reducción del 30% en las enfermedades cardiacas. Reducir el consumo de carne también debería reducir las tasas de cáncer colorrectal –el segundo tipo de cáncer más común entre los hombres después del cáncer de pulmón.
Al mejorar la dieta y elevar los niveles de actividad física, las políticas orientadas a mitigar el cambio climático conducirían a grandes reducciones de las tasas de enfermedades que producen muertes prematuras e incapacidad en cientos de millones de personas en todo el mundo. También reducirían la gordura de la población. Más de mil millones de adultos tienen sobrepeso y 300 millones son obesos, incluyendo a una tercera parte de la población estadounidense. Además, científicos del gobierno británico predicen que el Reino Unido “será una sociedad predominantemente obesa” para 2050.
De hecho, si se mantienen las tendencias actuales, para 2050 nueve de cada diez adultos en el mundo desarrollado tendrán sobrepeso o serán obesos. En los países de ingresos medios, el índice de masa corporal está aumentando de manera constante. Esto tendrá un impacto grave en la salud y el bienestar y aumentará el riesgo de diabetes, enfermedades cardiacas, derrames cerebrales y cáncer.
Pero los países en desarrollo también están en peligro. A México sólo lo superan los Estados Unidos en términos de prevalencia de la obesidad. El aumento de la diabetes como consecuencia de una población que engorda está provocando una epidemia de enfermedades renales en un país en el que sólo una de cada cuatro personas puede recibir tratamiento.
La experiencia de Cuba en los años noventa confirma los efectos sobre la salud de reducir el consumo de combustibles fósiles. Durante la crisis de energía cubana que siguió a la interrupción de los insumos soviéticos subsidiados, la proporción de adultos que hacían actividades físicas aumentó en más del doble. El índice de masa corporal promedio de la población disminuyó 1.5 unidades, con lo que la prevalencia de la obesidad cayó a la mitad, del 14% al 7%. Las muertes por diabetes se redujeron 51%, por enfermedades cardiacas 35% y por derrames cerebrales 20%.
Además, en un mundo en el que se recurra menos al carbono habría menos hambre. En abril de 2008, Evo Morales, el presidente de la pobre y cada vez más hambrienta Bolivia, hizo un llamado por “la vida primero, los autos segundos” y exhortó al mundo rico a que dejara de quemar alimentos cada vez que manejaban sus autos –una referencia a las políticas de los gobiernos occidentales sobre los biocombustibles.
Sin embargo, el uso del automóvil y los precios de los alimentos ya estaban vinculados mucho antes de las políticas sobre los biocombustibles. El uso del automóvil hace que aumenten los precios de los alimentos, porque el petróleo es un insumo clave para la agricultura. Reducir el uso del petróleo en el sector de los transportes es esencial para evitar la hambruna en los países pobres. Hasta que la agricultura se libere de la dependencia del petróleo, habrá una competencia para llenar los tanques de gasolina en los países ricos y los estómagos en los pobres. Comer menos productos animales también reduciría los precios de los alimentos, porque el ganado se alimenta a base de cereales.
Otras políticas orientadas a mitigar el cambio climático también tienen efectos positivos sobre la salud. Aislar los hogares en los países de altos ingresos para conservar energía prevendría las muertes relacionadas con el frío. Igualmente, el uso de cocinas más eficientes en el consumo de combustible en los países pobres reduciría el número de muertes de niños –que actualmente es de un millón al año—por infecciones respiratorias provocadas o agravadas por el uso de combustibles sólidos.
Un programa de reducción del uso del carbono en todas las principales áreas del uso de energía, junto con una reducción del consumo de productos animales, generaría beneficios sustanciales para la salud y el bienestar del ser humano. En sus debates sobre el costo de la mitigación del cambio climático, los negociadores y encargados del diseño de políticas no pueden pasar por alto el enorme valor de estos beneficios.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

febrero 4, 2011 Posted by | cambio climático | Deja un comentario

>Qui sont les “créationnistes” ?

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Par Dominique Lecourt, secrétaire général de l’Institut Diderot, fonds de dotation pour le développement de l’économie sociale (LE MONDE, 06/04/10):
L’article publié par Le Monde daté du vendredi 26 mars sous le titre “Les climato-sceptiques américains à l’assaut des écoles” laisse rêveur un lecteur non prévenu. Les “climato-sceptiques” y apparaissent comme des émules des créationnistes hostiles à la théorie darwinienne de l’évolution. Une expression suffit à faire le lien : “traitement équilibré”. De fait, les “créationnistes scientifiques” américains font pression depuis plus de vingt ans pour que l’enseignement de la biologie fasse place à une version du récit biblique de la Création comme à une hypothèse scientifique concurrente de la théorie de la sélection naturelle. Nombreux sont les Etats où les militants ont réussi, appuyés sur des associations de parents d’élèves, à faire adopter des dispositions en faveur de “ce traitement équilibré”, arguant de ce que l’évolution n’est qu’“une théorie” et non pas un fait.
Les auteurs de l’article font état d’une offensive qui, disent-ils, “rappelle celle des créationnistes”. Pourtant, les deux controverses (évolutionniste et climatique) n’ont rien à voir. Dans le cas de la théorie de l’évolution, c’est le socle intellectuel de la biologie contemporaine qui est visé au bénéfice d’une version du dogme de la Création. La campagne en faveur de l’enseignement de l’Intelligent Design dans les écoles, plus subtile que le créationnisme des années 80, se donne le même objectif. Ce que les auteurs de l’article appellent la “question climatique” n’a pas une telle portée épistémologique. La climatologie est une science récente et composite. Les bases des sciences physiques contemporaines ne sont pas menacées. L’essentiel de la controverse ne porte au demeurant même pas sur la réalité du réchauffement de la planète. Il s’agit d’une hypothèse scientifique largement admise fondée sur un faisceau d’observations et de calculs même si elle mérite visiblement discussion. Et ce n’est pas le nombre des chercheurs favorables à cette hypothèse qui est de nature à la transmuer en “fait avéré” (le fameux consensus du GIEC) ; pas plus que le nombre de ceux qui la rejettent ne saurait l’invalider.
La question autour de laquelle se développe la “guerre du climat” est celle de la part que prennent les activités humaines à ce réchauffement, supposant qu’il soit effectif. Accessoirement, elle est celle d’estimer l’ampleur et la vitesse prévisible d’un processus qui, dit-on, mènerait l’humanité à la catastrophe de par sa propre faute. On ne saurait que donner raison à ce professeur de SVT qui souligne la difficulté qu’il y a à enseigner dans les classes un sujet aussi “complexe, politique et médiatisé”. Les auteurs de l’article ne se satisfont pourtant visiblement pas de sa prudence et de ses scrupules. Ils trouvent “un peu lisse” la démarche des enseignants français. Ils leur demandent de “s’engager”. Cet engagement n’est pas exactement “l’engagement rationaliste” que Gaston Bachelard appelait autrefois de ses vœux, mais celui de militants qui rejoindraient la position des “réchauffistes” défendue par l’American Association for the Advancement of Science et la revue Science. Serait-ce “discréditer la science” que de refuser un tel enrôlement, de récuser l’argument d’autorité et de faire valoir les droits du doute ? On commence à savoir aujourd’hui ce que valait le consensus du GIEC. Les ruses, les tricheries et les pressions au prix desquelles il a été obtenu et maintenu. Pourquoi vouloir à tout prix que l’apocalypse soit pour demain ? Quelle outrecuidance d’accorder à l’homme le pouvoir absolu de modifier la nature à sa guise, transmuant le rêve généreux et naïf des Lumières en cauchemar catastrophiste ! Appuyer sur l’autorité d’une science de la nature, une thèse métaphysique et idéologique qui se traduit bientôt par des mesures pratiques concrètes, économiques, fiscales, morales et politiques, visant à modifier le comportement des êtres humains par une saine épouvante, telle est la démarche des “réchauffistes” ! Défendez cette thèse sur l’avenir du climat, vous serez dans le vrai, et vous prendrez de surcroît rang parmi les sauveurs de l’humanité. L’intolérance réchauffiste ne va pas sans messianisme. On peut vraiment se demander qui, des sceptiques ou des réchauffistes, sont les “créationnistes” ?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

abril 12, 2010 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario

>Los que terminarán con el cambio climático

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Por Bjorn Lomborg, director del Copenhagen Consensus Center, autor de Cool It y de The Skeptical Environmentalist (EL MUNDO, 08/09/09):

Tenemos bien poquito de lo que presumir tras casi 20 años de esfuerzos por impedir el recalentamiento del planeta. Las promesas de reducir las emisiones de carbono que se hicieron en Río de Janeiro en 1992 no se han convertido en realidad. Los compromisos más serios que se adquirieron en Kyoto cinco años después no han conseguido mantener las emisiones bajo control. La única enseñanza posible es que los acuerdos de reducción de emisiones de carbono son una fórmula costosa, políticamente difícil y, a la postre, ineficaz, de reducir los aumentos de la temperatura.

Es una enseñanza de la que muchos no quieren enterarse. Arrastrados por la presión de las grandes empresas y los activistas famosos, los políticos tienen previsto reunirse en Copenhague en diciembre para negociar un nuevo tratado sobre las emisiones de carbono. Aun en el supuesto de que se las arreglen para salvar sus diferencias y firmar algún tipo de acuerdo, lo más probable es que los políticos del mañana no lleguen a cumplir los compromisos. El recalentamiento del planeta no exige que se haga algo; exige que se haga algo eficaz. De no ser así, no haremos más que perder el tiempo.

Para posibilitar un debate informado, el Copenhagen Consensus Center ha encargado una investigación centrada en los costes y beneficios de todas las opciones de política medioambiental. El conocido economista experto en clima, el profesor doctor Richard Tol, ha llegado a la conclusión de que un impuesto sobre las emisiones de carbono es la única posibilidad de reducir estos gases. Además, tendría sentido económico. Su trabajo ha demostrado la inutilidad de los esfuerzos por mantener los aumentos de temperatura por debajo de los 20 grados mediante la reducción de emisiones.

Algunos modelos económicos consideran que ese objetivo es imposible de alcanzar sin la adopción de medidas drásticas, como la reducción de la población mundial en un tercio. Los modelos que consideran viable la consecución del objetivo demuestran que el PIB (Producto Interior Bruto) del mundo entero sufriría una tremenda contracción, del orden del 12,9% en el 2100, es decir, una disminución de 40 billones de dólares al año.

No faltan quienes afirman que el recalentamiento del planeta será tan terrible que una disminución del 12,9% del PIB es un precio reducido a cambio de impedir que se produzca. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la mayoría de los modelos económicos demuestran que permitir el recalentamiento del planeta sin ponerle coto costaría en 2100 a las naciones ricas alrededor de un 2% de su PIB y a los países pobres, alrededor del 5%.

Incluso esas cifras son una barbaridad. Un grupo de economistas venecianos del clima, dirigidos por el profesor Carlo Carraro, ha examinado en detalle cómo se adaptará la población a los cambios climáticos. En las zonas con menos agua para la agricultura, los campesinos utilizarán más el riego por goteo, por ejemplo, mientras que los que dispongan de más agua obtendrán mejores cosechas.

Teniendo en cuenta esta denominada «adaptación al mercado» de carácter natural, nos aclimataremos a los efectos negativos del recalentamiento del planeta y aprovecharemos en nuestro favor los cambios, lo que de hecho generará un efecto positivo del recalentamiento del planeta en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), del orden del 0,1% de aumento del PIB en el año 2100. En los países pobres, la adaptación del mercado reducirá las pérdidas relacionadas con el cambio climático al 2,9% del PIB, lo que sigue suponiendo un efecto negativo considerable. El verdadero problema del recalentamiento del planeta consiste en atajar sus terribles efectos en el tercer mundo.

Carraro demuestra que la adaptación evitaría mucho más el cambio climático que la reducción de emisiones de carbono. Reducir las emisiones a un nivel que no acabe con el crecimiento económico podría evitar unos perjuicios valorables en tres billones de dólares, mientras que la adaptación podría evitarlos por un importe de ocho billones de dólares. Por cada dólar que se invierta en adaptación, obtendríamos alrededor de 1,7 en términos de cambios positivos para nuestro planeta.

La adaptación significa asimismo el salvamento de muchas vidas en las catástrofes debidas al recalentamiento del planeta. Si preparamos a nuestras sociedades para los más violentos huracanes del futuro, las estamos asimismo ayudando a afrontar en mejores condiciones los fenómenos climáticos extremos de nuestros días.

No deberíamos olvidarnos de las emisiones de gases de efecto invernadero. La profesora Claudia Kemfert demuestra que, en términos de minimización de los daños producidos por el clima, reducir las emisiones de metano es más barato que reducir las emisiones de carbono y, como además el metano es un gas de vida mucho más corta, su disminución puede contribuir en gran medida a evitar parte de lo peor del recalentamiento a corto plazo. Hay otros estudios que ponen de relieve los beneficios de reducir las emisiones de carbono y las ventajas de utilizar los bosques para reducir los gases de efecto invernadero, sobre todo si nos planteamos unos objetivos drásticos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

También merecen que se les preste atención algunos planteamientos de políticas más escoradas a la izquierda. En una investigación revolucionaria, el doctor J. Eric Bickel y Lee Lane han estudiado los costes y beneficios de manipulación del clima. Una propuesta, el blanqueamiento de la nubosidad marina -procedimiento en virtud del cual desde barcos se rociarían con agua de mar las nubes marinas para hacer que reflejaran una mayor cantidad de luz solar que se devolvería al espacio-, intensificaría el proceso natural por el que la sal de los océanos aporta vapor de agua a los núcleos de condensación de las nubes.

No dejan de resultar sorprendentes las conclusiones a las que llega el doctor Bickel: podríamos ser capaces de contrarrestar el recalentamiento del planeta en este siglo con una inversión de nueve mil millones de dólares en esta tecnología. Y que sus beneficios, gracias a que se evitaría el aumento de la temperatura, sumarían en torno a los 20 billones de dólares. Esta proporción es equivalente a ahorrar alrededor de dos mil dólares de graves daños climáticos por cada dólar invertido.

Las preocupaciones de orden ético en torno a la manipulación del clima deberían ser parte de nuestro debate pero, si lo que más nos importa es evitar temperaturas más elevadas, parece que deberíamos mostrarnos alborozados de que este planteamiento tan simple y tan eficaz en términos de coste ofrezca perspectivas tan prometedoras.

Otra alternativa consiste en centrarse en una respuesta tecnológica al recalentamiento del planeta. Va a hacer falta toda una revolución tecnológica para poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles y todavía no estamos siquiera en puertas de la puesta en marcha de esa revolución.

Los profesores Chris Green e Isabel Galiana señalan que las fuentes de energía a partir de combustibles no fósiles, como la energía nuclear, la eólica, la solar y la geotérmica, de acuerdo con lo que hoy está a nuestro alcance, no nos llevan más que a menos de la mitad de la distancia hasta la meta de conseguir que se estabilicen las emisiones de carbono en el año 2050, una parte minúscula de lo que nos quedaría hasta conseguir su estabilización en el año 2100.

Un impuesto sobre las emisiones elevadas de carbono no hará más que perjudicar el crecimiento económico si no hay disponible una tecnología alternativa, lo que no llevará sino a empeorar nuestra situación. El profesor Green propone que los políticos abandonen todas esas negociaciones tan difíciles sobre la reducción de las emisiones de carbono y que en su lugar lleguen a acuerdos de inversión en investigación y desarrollo.

Invertir anualmente unos 100.000 millones de dólares en investigación de energías que no produzcan carbono significaría que, en lo fundamental, podríamos resolver el cambio climático en el plazo de un siglo. Green calcula los beneficios -desde la reducción del recalentamiento hasta una mayor prosperidad- y llega a una conclusión más bien conservadora de que, por cada dólar invertido, este planteamiento equivaldría a unos 11 dólares para evitar daños originados por el cambio climático.

Este planteamiento no sólo tendría unas probabilidades mucho más elevadas de atajar de manera efectiva el cambio climático, sino que gozaría de muchas más probabilidades de éxito político, porque países que tienen miedo de firmar unos objetivos de reducción de emisiones que les resultan muy costosos se sentirían sin embargo más inclinados a aceptar la senda más barata y más presentable de la innovación.

Está claro que las reducciones de gases de efecto invernadero no son la única respuesta al recalentamiento del planeta.

A nuestra generación no se la juzgará por la brillantez de lo que diga acerca del recalentamiento del planeta o por el grado de nuestra preocupación al respecto. Se juzgará si habremos sido capaces o no de poner coto al sufrimiento que este problema va a causar. Es imperiosamente necesario que los políticos dejen de prometernos la Tierra y empiecen a considerar métodos más eficaces de ayudarla.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

septiembre 13, 2009 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario

>Luz sobre una idea brillante

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Por Andris Piebalgs, Comisario Europeo de Energía (EL MUNDO, 02/09/09):

Ahora que el cambio climático apremia a ahorrar energía, es paradójico que se sigan utilizando alegremente bombillas que sólo convierten un 10 % de su energía en luz, perdiéndose el resto en la generación de calor. La bombilla incandescente existe desde 1879, pero cada vez son más numerosos quienes abogan por introducir una modernización digna del siglo XXI. EEUU, Australia, Canadá, Brasil y Argentina han decidido eliminarla gradualmente -o proyectan hacerlo- y sustituirla por alternativas más eficaces. También la UE ha reconocido las ventajas de pasar a sistemas de iluminación de mayor rendimiento energético. Empezando, este mismo mes, con la prohibición de las bombillas incandescentes de 100 vatios o más, Bruselas ha optado por retirar gradualmente del mercado europeo todas las bombillas ineficientes. De aquí a 2020, tiempo para que consumidores y empresas puedan adaptarse al cambio, la medida habrá permitido ahorrar energía suficiente como para abastecer a 11 millones de hogares cada año y supondrá a cada familia un ahorro de más de 50 euros en su factura de electricidad.

Toda contribución cuenta en la lucha contra el cambio climático. Corresponde a los legisladores detectar esas oportunidades y crear las condiciones óptimas para la transformación. La preparación de esta legislación, basada en solventes datos científicos, ha contado con la participación de las organizaciones de consumidores y de los fabricantes.

¿Cuáles son esas alternativas eficaces? Por ejemplo, las bombillas incandescentes transparentes. Perfeccionadas con tecnología halógena, ofrecen luz de del mismo tipo y de la misma calidad que las bombillas incandescentes convencionales. Además, tienen la misma apariencia y generan un flujo luminoso completo desde el momento en que se encienden. También son interesantes los diodos emisores de luz (LED), que, siendo tan eficientes como las bombillas fluorescentes compactas, no contienen mercurio y duran todavía más.

Algunas personas han manifestado su preocupación acerca del contenido de mercurio, una sustancia peligrosa, de las bombillas fluorescentes compactas. No obstante, en los últimos 50 años se han utilizado sin problema bombillas con mercurio en la mayor parte de los edificios públicos y oficinas. El mercurio sólo puede escaparse si los tubos de iluminación se rompen accidentalmente, caso en el que se emitiría una cantidad máxima de cinco miligramos. Los usuarios podrán consultar el envase o las web correspondientes para obtener información sobre la forma más segura de desechar las bombillas rotas. Existen también ideas falsas sobre la calidad de la luz emitida por las bombillas fluorescentes compactas. Lo cierto es que pueden producir tanta luz como las bombillas eléctricas tradicionales.

La eliminación gradual de las bombillas incandescentes tiene, pues, ante todo, la finalidad de ahorrar energía y ahorrar dinero a los ciudadanos. El momento de proceder a ese cambio ha llegado.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

septiembre 10, 2009 Posted by | cambio climático, energía | Deja un comentario

>Recesión, cambio climático y planificación

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Por Anthony Giddens, sociólogo y divulgador de la Tercera Vía de Tony Blair. Fue director de la London School of Economics. Su nuevo libro es The Politics of Climate Change. Distributed by Tribune Media Services. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo. © Global Viewpoint (EL PAÍS, 03/04/09):

En la actualidad, el cambio climático y la actitud que hay que tomar ante él son cuestiones que no dejan de aparecer en las noticias. Lo mismo ocurre, claro está, con la recesión económica, de alcance igualmente mundial y por sí sola enormemente preocupante. ¿Pero qué relación puede acabar estableciéndose entre ambos problemas?

Según Sigmund Freud, cualquier crisis puede suponer un estímulo para la parte positiva de nuestra personalidad, siendo una oportunidad de empezar de nuevo. Y esto es algo que no se les ha escapado a los dirigentes políticos. Siguiendo el ejemplo del presidente estadounidense Obama, muchos se han apuntado a la idea de un New Deal del cambio climático. Se entiende que la inversión en tecnologías que producen pocas emisiones de dióxido de carbono, el aislamiento de los edificios y el uso del transporte público pueden ser cruciales para volver a poner en marcha la economía.

Nick Stern, autor del célebre Informe Stern sobre la economía del cambio climático, señala que a esas medidas tendría que destinarse por lo menos el 20% de los fondos para planes de recuperación. Las propuestas de Obama se quedan un poco cortas a ese respecto. Pero algunos países están destinando mucho más. Corea del Sur, por ejemplo, dedica a medidas de ese tipo un mínimo de dos tercios de su plan de recuperación.

Yo soy partidario de ese New Deal del cambio climático y confío en que produzca el doble beneficio que se pretende (que, en realidad, sería triple si los países consiguieran también reducir su dependencia respecto al crudo importado). Sin embargo, el efecto estimulante del que hablaba Freud debería galvanizarnos para que nuestras ideas y nuestros actos se orientaran a un frente mucho más amplio.

Nos encontramos en el punto culminante de una gran revolución, la de la inminente desaparición de la economía dependiente del crudo. Ha llegado el momento de ponerse a evaluar sus posibles implicaciones, que van desde lo práctico y lo prosaico hasta aspectos especulativos y de mayor alcance.

En lo tocante a lo práctico, hay que prestar mucha atención al empleo. Según sus partidarios, el New Deal del cambio climático creará por sí mismo nuevos puestos de trabajo. Yo no estoy tan seguro de ello si, como debería ser, estamos hablando de empleos netos, es decir, de más puestos de trabajo que antes. Al incrementarse la cantidad de energía producida con medios que generan menos emisiones de dióxido de carbono, y con ella la eficiencia energética, algunos trabajadores de sectores ligados a la producción de combustibles fósiles, como el carbón, se quedarán sin empleo. La mayoría de las innovaciones tecnológicas, más que incrementar la necesidad de mano de obra, la reducen.

Los puestos de trabajo los crearán menos las propias tecnologías renovables que los cambios de forma de vida resultantes de afrontar el cambio climático y de incrementar la seguridad energética. Cambiarán las sensibilidades y con ellas los gustos. La nueva economía será todavía más radicalmente posindustrial que la que ahora tenemos. Al igual que se encontraron formas de revitalizar zonas portuarias de las que ahora se ha evaporado el sector naviero, de los empresarios dependerá la labor de detectar las oportunidades económicas que traiga consigo la expansión.

Al reflexionar sobre qué tipo de recuperación debería permitirnos salir de la recesión, tendríamos que pensar seriamente en la naturaleza del propio crecimiento económico, por lo menos en los países ricos. Hace tiempo que se sabe que, por encima de cierto nivel de prosperidad, el crecimiento no conduce necesariamente a un mayor bienestar personal y social. Ahora es el momento de añadirle al PIB criterios más equilibrados para calibrar el bienestar y de darles una auténtica resonancia política. Ha llegado la hora de plantear una crítica sostenida y positiva del consumismo, que pueda tener peso político. Ahora es el momento de descubrir cómo garantizar que la recuperación no conlleve un retorno a una sociedad inundada por el dinero.

El periodo de la desregulación thatcheriana ha terminado. El Estado ha vuelto. Necesitaremos políticas activas de industrialización y planificación, centradas en las instituciones económicas, pero también en el cambio climático y en la política energética.

Sin embargo, habrá que evitar los errores cometidos por anteriores generaciones de planificadores. Aquí también aparecen varios problemas. Pensemos, por ejemplo, en las tecnologías renovables. Si en algún momento los combustibles fósiles pasan a la historia, la tecnología tendrá que cambiar drásticamente. Sin embargo, ¿cómo van a decidir los Gobiernos qué tecnologías hay que respaldar? ¿Cómo pueden enfrentarse al hecho de que, como ocurrió con Internet, es frecuente que nadie prevea las innovaciones tecnológicas más trascendentales?

Tenemos que encontrar un nuevo papel para el Gobierno, pero también para los mecanismos de mercado. De repente, los complejos instrumentos financieros, a los que se culpa de la debacle en los mercados, han pasado de moda. Sin embargo, seguiremos necesitándolos, porque, en realidad, con la regulación adecuada, en lugar de ir en contra de la inversión de larga duración, son la clave que la posibilita.

Pensemos en el caso de los seguros que cubren daños ocasionados por fenómenos meteorológicos extremos como los huracanes caribeños. Esos episodios serán más frecuentes y más virulentos, ya que es prácticamente seguro que va a producirse cierto cambio climático. Para lidiar con los daños que se registren, será muy importante que, sobre todo los más pobres, cuenten con seguros que los cubran. Las aseguradoras privadas tendrán que proporcionar gran parte del capital, ya que sus muchas obligaciones en otros sectores las convierten en una garantía a la que sólo se recurrirá en última instancia.

Al final, nos topamos con el origen de todo esto, la globalización, que ha avanzado a marchas forzadas sin someterse a los adecuados controles internacionales. El futuro exige una regulación eficiente de los mercados financieros mundiales, que quizá podría allanar el camino para la colaboración esencial que se precisa para enfrentarse al cambio climático (a este respecto, cuando 200 países se preparan para las reuniones que en diciembre patrocinará la ONU en Copenhague, también habrá que replantearse muchas cosas). A manos de la crisis financiera y sus secuelas, arraigadas formas de pensar han sufrido una sacudida que podría y debería ser de enorme importancia. Nos encontramos al final del fin de la historia.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

abril 6, 2009 Posted by | cambio climático | Deja un comentario

>Oficio de tinieblas

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Por Salvador Giner, presidente del IEC (EL PERIÓDICO, 01/04/09):

El hombre es un animal simbólico. O, mejor, el hombre es un animal, sobre todo, simbólico. El apagón del sábado 28 de marzo, que sumió en la tiniebla un conjunto de monumentos colosales –ninguno de humilde belleza–, desde la ópera de Sídney hasta las pirámides cairotas, destacó por su simbolismo sin eficacia.

No estoy en contra. Todo lo que sea ahorrar una brizna de energía, o reducir la polución lumínica de nuestros cielos, me parece muy bien. Aunque sea de modo tan nimio. Una hora aquí y allá, unos minúsculos watios. Una gota en el océano. (Y de dudosa estética: el son et lumière es uno de los desaguisados mayores de nuestros mediáticos tiempos. Un respiro, por favor, para el son y para la lumière. Un oxímoron como aquello de la musica tecno.) No se diseñó el Partenón para que le pusieran focos nocturnos y se violara así el misterio de su nocturna belleza. Al dórico no le van esas cosas. (Tal vez a Gaudí, pero mejor que no entremos en el espinoso asunto) Menos mal que la diosa Atenea lo abandonó siglos ha, antes de que los turcos lo transformaran en polvorín y los venecianos lo volaran, en 1687.

SOMOS DIESTROS en el mareo de la perdiz. Los científicos –2.300 de ellos, nada menos– acaban de decirnos desde Copenhague que el nivel del mar está subiendo el doble de lo previsto, para que en la reunión de las Naciones Unidas del próximo diciembre se haga algo para poner coto a la situación. Lástima grande que, como han señalado muchos de ellos, ya comienza a ser demasiado tarde para cataplasmas.

En su famoso informe del 2006 –al que nadie hace caso– lord Stern avisaba de que hacia el fin de nuestro siglo XXI, las temperaturas habrían aumentado entre 2 y 3 grados centígrados. Ahora, en Copenhague, se ha corregido a sí mismo para anunciar una subida de 4 a 7 grados. En otro orden de cosas (¿desorden de cosas?), la destrucción de la selva amazónica se va acercando a la mitad del territorio que cubría. ¿Irreversible? Eso parece. Ni Lula lo para.

Mientras tanto, las respuestas de los españoles a las encuestas sobre lo que hacen o están dispuestos a hacer para combatir el desastre climático, reciclar mínimamente los residuos o controlar el gasto energético, no dejan lugar a dudas. A la mayoría les importa un bledo. No me refiero a lo que piensan o dicen que piensan, sino a lo que están dispuestos a hacer, en su vida cotidiana, para colaborar. Para cuando se hayan educado del todo –muchos lustros después de que haya desaparecido no ya el último glaciar, sino el último helero de Sierra Nevada o del Pirineo– el nivel marino de las aguas ya habrá obliterado varios países. Si son, que serán, como Bangladés, volcarán millones de emigrantes sobre resto del mundo. ¿Los recibiremos por acá? Mientras tanto, algunos bienintencionados ayuntamientos, como el de Barcelona, se habrán preocupado más por bajar un poco –muy poco– la contaminación de las autopistas, poniendo límites variables de velocidad, sin pensar en la hecatombe marina que se echa encima. Algunos especialistas la consideran peor que la polución atmosférica.

El remedio tardío e imperfecto, pero remedio al fin y al cabo, que pueda ponerse a esta gravísima situación para la humanidad, no es solo de prioridades, sino más bien de percepción social, moral y política de esas prioridades. La crisis económica que se ha desencadenado desde hace unos meses –la gente empezó a enterarse a fines de agosto, en medio del estupor estival– estimula una conciencia aguda de peligro para el bienestar, que, a su vez, sirve de cortina de espeso humo ante peores desastres. La economía, lo enseñamos en clase a los chicos de primero, es cíclica: ahora estamos en una fase desagradable, de la que, si los dioses no lo estropean, saldremos mañana. Pero el desastre ambiental no lo es. La capacidad de autorregulación y reequilibrio de los ecosistemas naturales y de los ecosistemas sociales, con todo y ser muy alta –según cada ámbito–, tiene un límite y obedece a normas muy distintas de las de la economía.

JUNTO A ESTA terrible dificultad –la de que un problema relativamente menor, aunque grave, oculte otro muy superior– está la no menos seria de los optimistas irresponsables, cuyo afán consiste en tildar a quienes expresan preocupaciones como las que yo ahora transmito de catastrofistas, de profetas de la hecatombe y el apocalipsis. En vez de intentar conversar racional y serenamente con quienes saben de qué hablan, acusan a quienes anuncian la catástrofe a todas luces –o a todas tinieblas, si lo único que nos preocupa es apagar el Big Ben y el Empire State una horita– de emitir jeremiadas. Lo cual equivale a eludir la cuestión, o fugir d’estudi. Nunca fue más adecuada esta estupenda expresión catalana. Porque los que niegan, sin razones ni información fehaciente en mano, las buenas razones y los sanos argumentos de quienes anuncian lo que va a llegar mañana con toda seguridad, no hacen sino huir de lo que el estudio enseña.

Vamos mal. Mientras tanto, apaguen alguna que otra luz, pero que no dure mucho, por favor. La tele no, y tampoco la nevera. Que no cunda el pánico. Ya cundirá mañana.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

abril 5, 2009 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario

>Yo no apagaré la luz el sábado

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Por Bjorn Lomborg, profesor de la Escuela de Negocios de Copenhague, divulgador medioambiental y autor del libro El ecologista escéptico (EL MUNDO, 27/03/09):

Este sábado, World Wildlife Fund (WWF) quiere que se apaguen durante una hora las luces en todo el planeta como un gesto a favor de la Tierra y en contra del calentamiento global. En España, muchas ciudades tomarán parte en esta iniciativa de manera oficial, entre ellas Barcelona, Madrid, Zaragoza, Granada, Bilbao, Valencia y Segovia. Las luces de monumentos emblemáticos como la Giralda, la Torre del Oro, el Puente de Triana, el Palacio Real, el Congreso de los Diputados y la puerta de Alcalá se quedarán a oscuras.A los españoles se les ha animado, además, a que apaguen las luces en sus casas.

Estos esfuerzos están cargados de buenas intenciones. Pero, desgraciadamente, esta iniciativa es un gesto puramente simbólico que infunde la errónea impresión de que hay fórmulas fáciles e instantáneas para resolver el cambio climático. Aun en el supuesto de que en este sábado 1.000 millones de personas apagaran las luces, toda la operación supondría en su conjunto el equivalente a la suspensión de las emisiones de gases de efecto invernadero de China durante sólo seis segundos. En términos económicos, los beneficios medioambientales y humanitarios de los esfuerzos de todo el mundo desarrollado ascenderían a no más de 10.000 libras esterlinas [alrededor de 10.752 euros al cambio de hoy].

La campaña no pide a nadie que haga algo que le cueste más, como prescindir de calefacción, el aire acondicionado, los teléfonos, internet o la comida caliente. Es de suponer que si alguien se sienta en su casa a ver la televisión, con la calefacción y el ordenador en funcionamiento, podrá afirmar que ha tomado parte en una respuesta al recalentamiento del planeta siempre que mantenga apagadas las luces de su casa. El simbolismo es casi perverso. Además, la iniciativa podría producir una contaminación más elevada en conjunto que si nos limitamos a dejar las luces encendidas.

Cuando se le pide que prescinda de la electricidad, la gente recurre a las velas. Las velas parecen muy naturales, pero son casi cien veces menos eficaces que las tradicionales bombillas incandescentes y más de 300 veces menos eficaces que las luces fluorescentes. Si se enciende una vela por cada bombilla que se apague, el que lo haga no estará reduciendo las emisiones de CO2 en absoluto e incluso, si enciende dos velas, emitirá aún más CO2. Por si fuera poco, las velas contribuyen a la contaminación del aire en recintos cerrados entre 10 y 100 veces más que el nivel de contaminación producido por todos los coches, la industria y la producción de electricidad.

No hay ningún sustituto barato del carbono que quemamos. Esta es la razón por la que muchas promesas de reducciones drásticas de CO2 se quedan simplemente en compromisos vacíos de contenido.Una solución seria al recalentamiento del planeta tiene que centrarse necesariamente en la investigación y desarrollo de energías limpias en lugar de empeñarse en promesas vacías de reducción de las emisiones de carbono.

Es indispensable que de manera urgente consigamos hacer de la energía solar y de otras tecnologías innovadoras recursos más baratos que los combustibles fósiles, de manera que podamos liberarnos de las fuentes tradicionales de energía durante mucho más tiempo que una sola hora y, a la vez, mantener el planeta en funcionamiento. Todos los países deberían ponerse de acuerdo en destinar un 0,05% de su PIB a la investigación y desarrollo de energías con bajas emisiones de carbono.

No deja de resultar irónico que actos puramente simbólicos nos retrotraigan en estos tiempos a otras épocas más sombrías

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

marzo 28, 2009 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario

>Para que la recuperación se vista de verde

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Por Denise Holt, embajadora en España de Su Majestad Británica (EL MUNDO, 17/03/09):

Nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos nunca nos perdonarán si -durante nuestros acalorados debates sobre nuestros problemas financieros y económicos- no conseguimos un acuerdo internacional a largo plazo sobre la forma de enfriar nuestro planeta. Ahora que los líderes mundiales están reuniéndose con regularidad para encontrar la mejor manera de reformar los mercados y organismos financieros internacionales, tienen que aprovechar la oportunidad para asegurar que la recuperación, cuando llegue, se vista de verde. Siempre existe la preocupación de que, ante el temor de una recesión, las personas y los gobiernos «cierren las escotillas», relegando al olvido cualquier idea de salvar el planeta. Tal como dijo The Economist en 1991, cuando acechaba la última recesión: «¡Adiós, verdes! Les veremos en el próximo período de boom económico». Pero 18 años más tarde, la revolución verde está más afianzada y mejor situada para capear «el huracán económico internacional que azota el mundo». El mercado mundial de bienes y servicios medioambientales está creciendo y muchos países están comprometiéndose en firme con el desarrollo de una economía baja en carbono. En 2008, el Reino Unido aprobó la Ley de Cambio Climático; China e India han publicado sus Planes de Acción sobre el Cambio Climático; México ha prometido reducir sus emisiones a la mitad en 2050 y Europa en 2020; la ONU ha dado a conocer su Iniciativa de Economía Verde; y hace unas semanas, la Administración Obama tomó medidas para acelerar la introducción de vehículos más limpios. Estados Unidos, responsable del 24% de las emisiones globales, pretende reducirlas al 80% por debajo de los niveles de 1990 para el año 2050 y también prevé invertir 150 mil millones a lo largo de 10 años en fuentes energéticas bajas en carbono que ayuden a crear 5 millones de puestos de trabajo.

Algunos comentaristas ven la recesión actual como una verdadera oportunidad para invertir el cambio climático. En un momento en que los gobiernos de todo el mundo están optando por aumentar el gasto como forma de salir de la recesión y están reiterando su compromiso con la lucha contra el cambio climático, la inversión en tecnologías limpias -conocida como la sexta revolución industrial- parece una clara opción. Tal como afirmó Lord Nicholas Stern recientemente: «El crecimiento bajo en carbono va a ser la única vía de crecimiento en el futuro». Asimismo, el Instituto de Recursos Mundiales ha calculado que por cada mil millones de dólares que se gasten ahora en EE.UU en tecnologías bajas en carbono, se generarán 30.100 puestos de trabajo.

La regulación, transparencia y reforma financiera, así como la necesidad de emprender el camino hacia la estabilidad y el crecimiento económico, serán las prioridades de la Cumbre de Londres en abril, pero no debe pensarse que el tema del desarrollo de economías bajas en carbono está reñido con esta agenda. Una economía verde no es una utopía. Es un factor crítico a la hora de garantizar la competitividad. Todas las naciones quieren crecer y desarrollarse, y se están dando cuenta cada vez más de que hay que hacerlo conforme a una estrategia baja en carbono. De lo contrario, corremos el riesgo de inhibir el crecimiento a largo plazo. Hay quienes afirman que, a la vista de las presiones actuales, deberíamos centrarnos únicamente en los intereses económicos y que tenemos que elegir la estabilidad económica antes que la estabilidad medioambiental. Necesitamos ambas cosas. El cambio climático no respeta la geografía, las fronteras nacionales o las barreras arancelarias. Es un problema global y requiere una respuesta global coordinada y comprometida. Al igual que con los flujos comerciales internacionales y la reforma financiera, el proteccionismo no es la solución. La Cumbre de Londres se centrará necesariamente en lograr una respuesta efectiva a la crisis económica mundial. Pero no olvidaremos nuestros intereses a más largo plazo, y esperamos alcanzar un acuerdo sobre medidas que apoyen una recuperación internacional basada en bajas emisiones de carbono. Como dijo recientemente Lord Finsbury, Presidente de la Agencia Medioambiental en el Reino Unido: «Un nuevo acuerdo verde debe ser una parte central del paquete de medidas de recuperación para vencer la crisis crediticia.»

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

marzo 21, 2009 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario

>El deshielo de los polos afecta ya a las corrientes oceánicas

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ELPAÍS.com – Madrid – 25/02/2009

Una investigación en el marco del Año Polar Internacional (API) 2007-2008 aporta nuevas pruebas sobre la generalización de los efectos del calentamiento global en las regiones polares, según han anunciado sus autores en un comunicado. La nieve y el hielo están disminuyendo en ambas regiones polares, lo que afecta tanto a la vida humana como a la vida animal y vegetal local del Ártico, y a la circulación oceánica y atmosférica mundial y al nivel del mar. Estos son sólo algunos de los resultados que figuran en el documento Estado de la Investigación Polar [archivo en PDF], publicado hoy por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU).

El API se puso en marcha en marzo de 2007 y comprende un período de dos años que abarca hasta marzo de 2009 para permitir que se puedan realizar observaciones en ambas regiones polares. Para Michel Jarraud, Secretario General de la OMM, «las nuevas pruebas resultantes de la investigación polar consolidarán la base científica sobre la que se fundamentarán las actividades del futuro.»

El comunicado de prensa asegura que ahora queda claro que las capas de hielo de Groenlandia y de la Antártida están perdiendo masa, lo que contribuye a la elevación del nivel del mar. El calentamiento en la Antártida está mucho más generalizado de lo que se pensaba antes del API y resulta que en Groenlandia cada vez hay menos volumen de hielo. Los investigadores también descubrieron que en el Ártico, durante los veranos de 2007 y 2008, la extensión mínima del hielo marino durante todo el año disminuyó al nivel más bajo detectado nunca desde que empezaron a elaborar a registros satelitales hace 30 años.

En las expediciones realizadas en el marco del API se registró también un ritmo sin precedentes de la deriva de los hielos en el Ártico. Debido al calentamiento global, cambiaron los tipos y el alcance de la vegetación en el Ártico, lo que afectó a los animales de pastoreo y a la caza. Otras pruebas del calentamiento del planeta son las obtenidas por los buques de investigación del API, que han confirmado que el nivel de calentamiento del océano Austral está por encima de lo normal. El enfriamiento de las corrientes de los fondos oceánicos cerca de la Antártida es coherente con el aumento del derretimiento del hielo de la Antártida y podría afectar a la circulación oceánica. Por consiguiente, el calentamiento global afecta a la Antártida de formas que antes no se conocían.

La investigación realizada en el marco del API también ha identificado grandes reservas de carbono almacenado como el metano en el permafrost (capa profunda del suelo permanentemente helada). El deshielo del permafrost amenaza con desestabilizar el metano -un gas de efecto invernadero- almacenado y enviarlo a la atmósfera. De hecho, los investigadores del API que se encontraban a lo largo de la costa de Siberia observaron emisiones sustanciales de metano procedentes de los sedimentos de los océanos.

Datos atmosféricos

El API también ha dado una nueva perspectiva de la investigación atmosférica. Los investigadores han descubierto que las tormentas del Atlántico Norte son las principales fuentes de calor y humedad de las regiones polares. La comprensión de esos mecanismos mejorará las predicciones de la trayectoria y la intensidad de las tormentas. Los estudios sobre el agujero de ozono también se han beneficiado de las investigaciones realizadas en el marco del API, ya que se han detectado nuevas conexiones entre las concentraciones de ozono por encima de la Antártida y las condiciones de viento y tormenta en el océano Austral.

«El trabajo iniciado por el API debe continuar», señaló Michel Jarraud. «En los próximos decenios seguirá siendo necesaria una acción coordinada internacionalmente en relación con las regiones polares», añadió. En el documento Estado de la Investigación Polar no sólo se describen algunos de los descubrimientos realizados durante el API, sino que también se recomiendan una serie de prioridades para la acción futura con el fin de garantizar que la sociedad esté mejor informada sobre los cambios polares en curso, su probable evolución futura y sus repercusiones globales.

febrero 25, 2009 Posted by | cambio climático, medio ambiente | Deja un comentario