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>Más allá de la genética (no se asusten)

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Por Manel Esteller, médico. Institut d’Investigació Biomèdica de Bellvitge (EL PERIÓDICO, 05/03/11):
Cuando miramos dos niños gemelos, nos parecen iguales. Fotocopias. El mismo material genético. Pero no lo son. Incluso de pequeños sus padres nos pueden decir que no son idénticos. Y después todavía pueden alejarse más: a lo largo de sus vidas pueden desarrollar caracteres diferentes, aspectos distintos y sufrir enfermedades no relacionadas. ¿Cómo es posible, si tienen el mismo ADN? Porque el ADN no lo es todo. Nuestro genoma (heredado de la madre y el padre) nos da la impronta para ser y actuar de una determinada manera en el momento de nacer, pero son nuestros actos posteriores y el ambiente donde vivimos los que nos acaban dando nuestra personalidad, apariencia y trastornos de la salud. ¿Cómo se explica esto a nivel bioquímico o médico? En parte, por una disciplina denominada epigenética.
La epigenética («por encima de la genética») se encarga de regular la actividad del genoma. Pone un grupo químico (-metilo, -acetil, -fosfato, etcétera) aquí y allá para apagar o encender aquel gen o su vecino. Este sistema de interruptores moleculares hace que una neurona libere señales para la sinapsis, que una célula del corazón lata o que nuestra lengua pruebe los sabores: porque todas esas células tienen el mismo genoma, pero su epigenoma es distinto. Podemos imaginarlo como si muchas personas que compran el mismo ordenador después instalan sistemas operativos y programas diferentes. La epigenética sana también es la responsable de inactivar los parásitos moleculares que llevan viviendo en nuestro genoma tras muchos y muchos años de evolución. La epigenética también actúa de mediadora entre los sexos, y eso lo ejerce de dos maneras. Una, inactivando un cromosoma X de las mujeres para equilibrar el exceso de un cromosoma X en ellas o el defecto de faltarles un cromosoma X a los hombres: así, hombres y mujeres se quedan con un solo cromosoma X activo, y todos tan contentos. Dos, mediando en la impronta genética que permite selectivamente expresar genes paternos (que quieren reproducirse mucho) o maternos (que quieren tener menos hijos). La eterna lucha de los sexos, pero a nivel molecular.
Los animales clonados nos muestran uno de los otros ejemplos del poder de la epigenética. Cuando se clona un ser vivo, somos capaces de transferir muy bien su secuencia genética (GCGATCGTACTGCA¿), pero no su regulación epigenética. Por eso los animales clonados no son idénticos a los originales. Dolly, el mamífero clonado más famoso, era una oveja que no era igual a su madre: tenía diabetes, obesidad y artritis a una edad temprana. Y estas enfermedades eran debidas a defectos epigenéticos como los de la impronta mencionada anteriormente. En la bonita California, si se muere tu perro o tu gato hay compañías que te lo devuelven a partir del ADN del animal doméstico añorado. Pero el perrito o el minino que se recibe en casa no es el mismo, sus antiguos amos no lo reconocen como su perro o gato desaparecido y lo devuelven. ¿Por qué? Porque le faltan las marcas epigenéticas que se habían establecido en el animal original. Otra espectacular y a la vez polémica cuestión es la existencia de una herencia epigenética. Si bien es evidente que heredamos un programa epigenético que nos define como especie (igual que lo hace nuestro genoma) y permite la expresión específica de los genes según los tejidos y las etapas de la vida, una cuestión diferente es la herencia de los caracteres adquiridos. El científico Jean-Baptiste Lamarck, entre otras ideas más aceptadas, propuso este último punto. Las jirafas que estiran más el cuello para llegar a las hojas altas de los árboles acaban generando jirafas con los cuellos más largos. No es el caso. Ahora bien, ¿y si una alteración química adquirida, no genética, afectase a las células germinales, espermatozoos y oocitos? Entonces sí podría heredarse. La epigenética aporta un caso paradigmático: ¡un ratón llamado Agouti cuya piel cambia de color en función de si su dieta contiene más o menos grupos químicos metilos, lo que también cambia el color de la piel de su descendencia! ¿Se lo imaginan en humanos?
Si la epigenética es maravillosa cuando está sana, cuando se altera se producen enfermedades graves como el cáncer y trastornos neurológicos y cardiovasculares. Querría mencionar especialmente el síndrome de Rett. Son niñas que ven apagarse su desarrollo neurológico porque tienen dañado el gen MECP2, un imán que debería regular el epigenoma y que no puede hacerlo. La Associació Catalana de la Síndrome de Rett, con héroes anónimos como Jordi Sierra, Paco Juan, Albert Falgueras e Ignacio Canós desde Valencia, apoya y aconseja sobre esta enfermedad. La investigación de las enfermedades raras, como hizo últimamente el maratón de TV-3, debe ser apoyada públicamente, y hay que asegurar el futuro de esas personas cuando sus cuidadores primarios ya no estén. Pero de eso ya hablaré otro día.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

marzo 11, 2011 Posted by | genética | Deja un comentario

>Transgénicos

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Por José Ramón Mauleón, dpto. de Sociología, Facultad de Farmacia UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 05/05/09):

Una de las aplicaciones más extendidas de la biotecnología se dirige a los cultivos transgénicos. Los dos más frecuentes son la soja y el maíz. En el caso de la soja, se introduce un gen en el ADN de la semilla para que la planta sea resistente a un herbicida. De esta forma, a la plantación de soja transgénica se le aplica un herbicida y mueren todas las hierbas menos la soja. En el caso del maíz, lo que se introduce es una toxina, para que mueran determinados insectos cuando ataquen la planta.

Al valorar la idoneidad de estos cultivos, se habla de su potencialidad; de las ventajas que podría aportar esta tecnología. En realidad, lo correcto es enjuiciarlos por los hechos, por las consecuencias concretas que han tenido desde su inicio en 1996.

El primer hecho es que el 90% de la superficie sembrada en el mundo procede de semillas cuya patente es propiedad de una sola empresa. Cualquiera es consciente del peligro de este monopolio, pues quien controla las semillas controla lo que se comerá; la alimentación. El segundo hecho es que las autorizaciones de estos cultivos por parte de los gobiernos tienen poca credibilidad. Es una constante que las investigaciones que se acompañan para justificar la efectividad, inocuidad y consecuencias de estos productos no son completas, y que los científicos que asignan los gobiernos para aprobarlos tienen estrechas relaciones con las empresas propietarias de las semillas. También es un hecho que la manera de cultivar estos productos genera consecuencias muy negativas a nivel social y medioambiental.

En el caso de la soja, en países como Brasil, Argentina o Paraguay se cultiva a gran escala con destino a la exportación. Su cultivo no está pensado para la agricultura campesina y para alimentar a la población local, sino para ser producido en grandes extensiones y con el fin de alimentar al ganado de países ricos como los europeos. De esta forma, la soja transgénica no es sólo un tipo de semilla, sino todo un modelo de producción: el agroexportador. Un modelo que está obligando a que el campesinado tenga que emigrar a las ciudades, debilitando las comunidades rurales. Y se marchan porque la tierra es acaparada por los grandes propietarios, porque al ser una producción muy mecanizada emplea poca mano de obra y porque los herbicidas afectan seriamente la salud de quienes se quedan viviendo cerca de los campos de soja. Un problema de grandes proporciones porque en Paraguay, por ejemplo, el 40% de la población vive en zonas rurales, y la mitad de la superficie está sembrada de esta planta. Además, los ingresos de la soja transgénica no generan riqueza para estos países, sino sólo para las personas y las empresas que la exportan, al tratarse de Estados con una débil carga fiscal y una escasa redistribución de la riqueza. A medio plazo, las consecuencias serán aún peores, pues condicionan su economía agraria a un monocultivo cuyos precios están en función del mercado internacional y los harán depender de la importación de alimentos para dar de comer a su población.

En el caso del maíz, disponemos de información más cercana porque España es el país de la Unión Europea que más extensión cultiva. En el caso de Navarra, se siembran unas 5.000 hectáreas, algo más de la tercera parte del maíz grano cultivado. El problema es que la planta del maíz transgénico poliniza plantas de maíz convencional o ecológico, ya que los agricultores no respetan las ‘zonas refugio’ o, respetándolas, son ineficaces para evitar que los fuertes vientos extiendan el polen a largas distancias. En consecuencia, es frecuente que quien plante únicamente semilla convencional recoja una cosecha con una parte de maíz transgénico. Esta ‘contaminación’ por polinización cruzada es un contratiempo especialmente importante para quienes desean cultivar según las normas de la agricultura ecológica, porque la mínima presencia de maíz transgénico impide la venta de la producción con el sello acreditativo. Además, las empresas comercializadoras suelen mezclar el maíz transgénico con el convencional, de manera que quien quiera emplear únicamente el convencional debe pagar más porque ha de asumir el coste de garantizar su trazabilidad. Ésta puede ser, precisamente, una de las razones que explican el auge de este cultivo: el pienso con maíz convencional es menos demandado por los ganaderos porque es más caro al tener repercutido el coste de su trazabilidad. En conclusión, los hechos demuestran que la coexistencia de cultivos con distintas variedades de maíz es imposible, que la llegada del transgénico está impidiendo el derecho que asiste a los agricultores a producir maíz libre de transgénicos, y que ha hecho subir el precio del convencional.

Da la impresión de que los cultivos transgénicos constituyen un excelente negocio para una empresa multinacional de semillas, que son un buen negocio para las empresas que los exportan, pero un desastre para el campesinado y una imposición para quienes desean una producción o una alimentación libre de transgénicos.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

May 5, 2009 Posted by | agricultura, genética | Deja un comentario

>¿Quién tiene derecho a existir?

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Por César Nombela, catedrático de la Universidad Complutense (ABC, 10/01/09):

La pregunta puede revestir caracteres dramáticos, de hecho, a lo largo de la Historia, las más diversas tiranías se han atribuido la facultad de dar respuestas a este interrogante por los medios más expeditivos. Expresiones como la de «limpieza étnica» reflejan ese dramatismo, que supone el que algunos seres humanos cuestionen el derecho de otros a existir y a propagar su estirpe. A pesar de la condena que parecería que merecen estas prácticas, no podemos olvidar situaciones actuales en las que se niega el derecho a existir a seres humanos concretos. Tal ocurre cuando se postula el reconocimiento del aborto provocado como un derecho universal, o cuando de facto se tolera la eliminación de quienes van a nacer, por ejemplo, por pertenecer al sexo femenino. Esa aceptación del aborto provocado -paradójicamente implantado en sociedades de raíz cristiana, aunque nunca con la aceptación general, quede constancia- supone un ejemplo de negación del derecho a existir de individuos concretos de la especie.

La pregunta que nos hacemos cobra una dimensión especial a la luz de lo que posibilita el desarrollo biotécnico. Entre estas posibilidades está la selección embrionaria, ya que desde hace más de treinta años la vida humana puede comenzar fuera del seno materno. La extracción quirúrgica de gametos de mujer permite su fecundación en el laboratorio con semen de hombre, para generar el cigoto, la célula inicial, comienzo de la vida de cualquier ser humano. De esa célula derivará el nuevo ser, incluidas las estructuras placentarias imprescindibles para su desarrollo. Todo ello constituye la técnica de reproducción humana mediante fecundación in vitro (FIV).

El cigoto es portador del material hereditario en su totalidad, el que define el programa genético del nuevo individuo, y constituye su corporeidad, que se irá materializando en un proceso de incremento gradual, sin solución de continuidad, pero con la emergencia de las estructuras corporales de las que está dotado cualquier organismo adulto. El diseño natural de este proceso de desarrollo, basado en la programación genética propia, exige muy pronto el soporte de un medio externo (ambiente epigenético) que ha de ser aportado por la madre gestante. Cuando el cigoto se genera in vitro, será imprescindible su transferencia al útero de la madre, que lo pueda gestar, para completar el proceso.

La tecnología amplía los espacios de dominio que el hombre puede ejercer sobre la vida de los individuos de su especie. Las intervenciones posibles van mucho más allá de la mera utilización de la FIV para procurar descendencia a quienes no pueden procrear de manera natural. La pregunta sobre quién tiene derecho a existir puede tener una respuesta programada deliberadamente, ya que la tecnología hace posible tanto la selección embrionaria, como la propia modificación genética del embrión. Mediante biopsia del embrión temprano, cuando este consta de ocho células, se pueden extraer dos de estas células para proceder a su análisis genético con fines diagnósticos. Es el diagnóstico genético preimplantatorio, no exento de riesgos para el embrión, al que se priva de la cuarta parte de su material celular, con la esperanza de que a pesar de ello se pueda reconstituir y ser gestado para dar lugar a un nuevo ser humano. En cualquier caso, ese diagnóstico genético se práctica con finalidades de selección, para decidir si es aceptable o no la transferencia de un embrión concreto al útero materno.

La sociedad, en cuyo nombre los poderes públicos deciden la validez de estas actuaciones, debe conocer el alcance y las consecuencias de una tecnología que va directamente a la raíz de la cuestión de quién tiene derecho a existir, en función de su diseño biológico. La inmensa mayoría de los seres humanos somos portadores de un programa genético, propio y único, derivado del de nuestros dos progenitores -padre y madre- pero establecido por la propia naturaleza y no por voluntad de terceros. En cambio, la selección embrionaria en función de un diagnóstico genético previo, puede dar lugar a individuos con una constitución genética predeterminada, de entre las posibles para la descendencia de los progenitores concretos.

La legislación española permite la selección embrionaria, bien para evitar deficiencias genéticas conocidas, o para beneficio de terceros. En este último caso se pretende el nacimiento de los llamados bebé-medicamento, que sean histocompatibles con el posible beneficiario a efectos de trasplante. Para ser precisos, hay que puntualizar que la ley no abre esta práctica con carácter general, sino que establece la posibilidad de autorizarla caso por caso. De cualquier forma, la selección de un embrión, en función de una característica genética concreta, no implica seleccionar solamente esa característica. Se está seleccionando un embrión que, unidas a esa característica analizada, tiene todas las demás que le confiere su dotación genética completa y que no son objeto del análisis selectivo. La selección embrionaria supone, por tanto, predeterminar la totalidad de su dotación genética de quien nace, por decisión de tercero. Toda su trayectoria biológica, en lo que depende de su genética, será fruto de esa decisión selectiva, tanto para lo que pueda considerarse como bueno o como malo. El alcance de la selección solamente es conocido en un aspecto, no en su globalidad.

Habermas ha acuñado la expresión «persona programada genéticamente», al señalar el impacto que todo ello tiene en la autocomprensión de la propia existencia. En nuestra libertad puede estar el cambiar de opinión pero no el cambiar de genes. En definitiva, el individuo seleccionado, puede percibir muchas circunstancias de su existencia como algo condicionado por una decisión externa, lo que no ocurre con los demás seres humanos. Se impone el llamar la atención sobre el significado de algunas actuaciones sobre la vida humana embrionaria. Muchas se pretenden justificar en función de posibles aplicaciones médicas derivadas de la nueva tecnología.

No cuestiono el valor del avance biomédico, que creo compatible con el imprescindible respeto a la vida humana. Véase, por ejemplo, lo ocurrido con la investigación en células madre y la progresiva constatación, que ya pocos discuten, de que el avance en este terreno no va por la vía de la destrucción sistemática de embriones humanos. Sin embargo, me parece imprescindible referirlo al principio fundamental, establecido en todo tipo de iniciativas y convenios internacionales: el respeto a la dignidad humana. Se proclama en estas normas que nunca los intereses de nadie, ni tampoco de la propia Ciencia, pueden prevalecer sobre los de la persona humana afectada.

La selección embrionaria, así como cualquier otra actuación que determine la dotación genética de quienes vayan a nacer, sólo puede ser juzgada a la luz de las consecuencias que pueda tener para quien es el sujeto directo de esa actuación. El respeto a la dignidad humana, la consideración de la igualdad radical de todos los seres humanos, comienza desde el inicio de la vida de cada individuo. Nadie está facultado para decidir quién tiene derecho a existir.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

enero 14, 2009 Posted by | genética | Deja un comentario

>Genoma humano: progreso científico para el avance de la civilización

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Por César Nombela, catedrático de la Universidad Complutense (ABC, 21/10/08):

HAN sido muchos los acontecimientos ocurridos, desde que se hiciera público el primer borrador del genoma humano, a principios del año 2001. Como es sabido, el citado borrador, notablemente perfeccionado desde entonces, pues los errores y lagunas eran muchos, representa el patrón de la información genética detallada que define la especie humana. Su conocimiento abrió la posibilidad de detallar también, hasta un nivel muy profundo, la individualidad genética de cada ser humano. Se trata de una cuestión, la de cada ser humano como único e irrepetible, que tiene múltiples facetas; de alguna forma, la dignidad intrínseca, que la verdadera civilización atribuye a cada uno de los integrantes de nuestra especie, también se ejemplifica en los datos que hoy nos aporta la Ciencia más avanzada.

Disponer de esta información sobre el genoma humano permite plantear una enorme cantidad de nuevos programas científicos, destinados a aprovechar ese conocimiento, que actualmente están en pleno desarrollo en muchos lugares del mundo. Entre ellos, los destinados a desarrollar una Medicina individualizada que no es otra cosa que utilizar los datos de la individualidad genética de cada cual, para mejorar la atención sanitaria a lo largo de la vida. Se trata, por ejemplo, de plantear medidas preventivas que beneficien a cada persona, en función de lo que se pueda deducir de sus datos genéticos. Se trata, igualmente, de que la atención farmacéutica que reciba tenga en cuenta qué fármacos son los más adecuados para el propio individuo, o cuáles no lo son en absoluto, aunque puedan ser útiles para otros. En definitiva, se pretende conocer hasta qué punto los genes de los que somos portadores -dotación que cada uno recibe a partes iguales de su padre y de su madre- influyen en nuestra salud, así como cuál es el alcance del ambiente en el que nuestra vida se desarrolla. No sólo somos genes, sino que a partir de esta dotación genética nuestro ser biológico se materializa en interacción con el ambiente. Por ambiente se debe entender todo nuestro entorno vital, desde el clima a la alimentación o la educación que recibimos.
El brillante premio nobel Sidney Brenner ha llegado a escribir que todo este conocimiento define un nuevo paradigma científico, porque la Humanidad como tal representa un nuevo modelo. No cabe duda de que los avances en el genoma humano son una nueva fuente de conocimiento y de posibilidades. Sin embargo, la especie humana hace muchos años que ha llegado a esa conclusión. El reconocimiento de dignidad de la persona es la medida de la civilización; los nuevos hallazgos no hacen sino confirmar algo que está escrito en nuestra propia naturaleza, y que como seres humanos hemos podido ir materializando. Claro que a lo largo de la Historia ha habido ejemplos de lo contrario, momentos oscuros para esa civilización humana. También está claro que el propio concepto de vida humana -y la dignidad que le corresponde- pretende ser revisado por algunos en estos momentos, especialmente en lo que representan sus inicios o su final natural.

Pero, interesa mucho a todos considerar algunos aspectos del conocimiento nuevo, para que de cada avance científico se pueda derivar un verdadero progreso. Los avances de la Ciencia suponen un recorrido por un camino plagado de hallazgos ciertos, pero entremezclado de territorios de incertidumbre. La honradez más elemental demanda tanto establecer la verdad científica, como analizar sus alcances en términos precisos. Las interpretaciones carentes de base pueden ser -han sido, algunas veces- el origen de grandes conflictos.

Una conclusión que los datos genómicos establecen con claridad es que no existen razas humanas, si por razas se entiende grupos de seres humanos separados, entre los que pueda caber una distinción biológica clara. La especie humana es única, no hay fronteras que separen en grupos a quienes la integramos. Es ésta una cuestión en la que los descubrimientos científicos no hacen otra cosa que confirmar a quienes propusieron reconocer ese hecho fundamental, desde el ámbito religioso, político o social. Las observaciones son contundentes; hay una variabilidad genética, todos somos diferentes. Esas variaciones, en parte, son heredadas de nuestros antepasados que mezclaron sus genes, lo que sigue potenciando esa variabilidad. La variación hoy existente se puede datar a los inicios de la especie. Las diferencias de color de piel, así como de otras características externas muy visibles, son debidas a meras adaptaciones. Si se cuantifican las diferencias genéticas entre dos individuos, incluso considerados como de la misma raza, su valor alcanza niveles muy superiores a aquellas que puedan determinar las diferencias raciales o étnicas.

La Ciencia biológica asesta un duro golpe a todas aquellas posiciones -sostenidas en el pasado, pero también en el presente, no nos engañemos- que hacen énfasis en la significación de la etnicidad. Se podrán buscar explicaciones culturales o sociales sobre la existencia de grupos étnicos, así como a su proyección en la situación actual para demandar determinados derechos de grupos, por encima del individuo. De hecho, sabemos que esta búsqueda ha contaminado el cultivo de la Historia, desde sus fundamentos arqueológicos, cuando ésta se ha pervertido al servicio de determinadas ideologías y propuestas nacionalistas. Sin embargo, los avances sobre el genoma humano y la individualidad genética, tan útiles para la Medicina, representan una oportunidad más para la civilización. Un grupo multidisciplinar de académicos de la Universidad de Stanford insistía acertadamente en esta idea. La utilización de categorías raciales o étnicas, que sigue siendo empleada en Medicina, por ejemplo, para establecer la incidencia de determinadas patologías en caucasianos o personas de color, debe hacerse con precaución y con conocimiento de causa.

Los grupos étnicos tal como se definen tienen un sustrato cultural y social, que con frecuencia va mucho más allá de lo biológico. Es preciso estar alerta frente a explicaciones genéticas de diferencias entre grupos humanos, en especial cuando se trata de caracteres de determinación compleja como la conducta o la capacidad intelectual.

Conocer la naturaleza es parte del progreso humano, que se asienta y avanza aun más a través del conocimiento de nuestra propia naturaleza como seres vivos. A nuestra propia libertad le es dado aprovechar ese conocimiento para profundizar en lo que más nos dignifica, el respeto a los derechos de todos, pero también de cada persona como única e irrepetible. Cada vez que sabemos en qué consiste ese ser único de cada individuo, nuestra civilización puede seguir avanzando sobre estas bases.

octubre 23, 2008 Posted by | genética | Deja un comentario

>El reino de Einstein y la patria de Venter

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Por José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid (EL PAÍS, 30/08/08):

Vivimos rodeados de problemas, de tensiones que endurecen nuestros días. Constantemente nos llegan noticias que muestran la dureza de la vida: injusticias, tragedias, crisis económicas, amenazas planetarias. Nos enfrentamos los unos a los otros, individual o colectivamente, no sólo sobre los grandes temas de siempre -política, religión-, sino también acerca de otros menores (¿qué vestir?). Ni siquiera se libran los idiomas, que debían unirnos (son, al fin y al cabo, instrumentos de comunicación), pero que nos dividen. Enfrentados a todo esto, ¿hacia dónde podemos dirigir nuestros pensamientos, buscando el refugio que da la certidumbre que se impone juicios y pasiones personales?

Planteado en estos términos, no existe mejor reino que el de la ciencia, la patria de la racionalidad en la que el juez último es la comparación con lo que sucede realmente en la naturaleza. Si nos tienta la idea de alejarnos de un mundo que nos alarma y confunde, imponiéndonos además la penosa obligación de elecciones morales y de asunción de responsabilidades, si queremos buscar, para refugiarnos en él, un lugar donde reine lo objetivo, la ciencia es uno de los mejores lugares al que mirar. Lo expresó bien Albert Einstein en 1918: “En principio, creo, junto con Schopenhauer, que una de las más fuertes motivaciones de los hombres para entregarse al arte y a la ciencia es el ansia de huir de la vida diaria, con su dolorosa crudeza y su horrible monotonía; el deseo de escapar de las cadenas con que nos atan nuestros, siempre cambiantes, deseos. Una naturaleza de temple fino anhela huir de la vida personal para refugiarse en el mundo de la percepción objetiva y el pensamiento”.

Desgraciadamente, el reino del que hablaba Einstein existía sobre todo en su imaginación y deseos. Ha existido y puede existir, es cierto, pero únicamente en fortalezas bien pertrechadas para resistir las invasiones que tienen que ver con las pasiones e intereses humanos. Un ejemplo magnífico de lo raro que es hoy el reino einsteiniano es la autobiografía que el biólogo molecular estadounidense Craig Venter (1946) ha publicado hace unos pocos meses: A Life Decoded. My Genome: My Life (Una vida descodificada. Mi genoma: mi vida). Para aquellos que no forman parte de la comunidad biomédica, Venter comenzó a ser conocido debido a su papel en el desarrollo del Proyecto Genoma Humano (PGH), la gran empresa científica destinada a producir un mapa del conjunto de los genes (genoma) que forman nuestra especie. Establecido en 1988, este proyecto fue liderado por Estados Unidos, con James Watson, codescubridor con Francis Crick de la estructura del ADN, como director, aunque dimitió dos años después.

Veterano de la guerra de Vietnam, donde sirvió en el cuerpo médico, Venter trabajó en los Institutos Nacionales de Salud estadounidense, que controlaban una parte muy importante de las investigaciones del PGH, dirigido desde abril de 1993 por Francis Collins. Allí, Venter realizó alguna contribución importante, pero terminó encontrando demasiadas dificultades para su emprendedor carácter y lo abandonó, siendo a partir de entonces su hábitat el de las empresas privadas y las fundaciones que de una manera u otra surgen de ellas. Allí introdujo o desarrolló ideas y técnicas que aceleraron y abarataron considerablemente el avance de la secuenciación del genoma humano, despojando de esta manera al proyecto público de una parte importante de su protagonismo. Muestra de ello es que fueron Venter, en nombre de la compañía Celera Genomics que presidía, y Collins quienes anunciaron en febrero de 2001 que el mapa del genoma humano había sido completado.

Los trabajos que Venter y su equipo realizaron para disponer antes de lo previsto de un mapa del genoma humano, incluyendo otros relacionados y de gran importancia para el establecimiento de la genómica comparativa, y la competición generada con el proyecto público, ocupan una parte importante de Una vida descodificada. Su lectura es esclarecedora -y también un tanto estremecedora- porque, al menos en los campos de mayor relevancia socioeconómica, la investigación científica va acompañada de todo aquello que es más fiera y tristemente humano: ambición, lucha por el poder y el dinero, envidia, tácticas ventajistas, mentira. “Si los científicos tienden a la acritud y al resentimiento cuando uno de sus colegas atrae de manera significativa la atención de la prensa”, leemos en el libro de Venter, “el pecado que no perdonan es cuando un rival también hace dinero. Como la mayoría de los asuntos humanos, la ciencia se rige en no pequeña parte por la envidia”. No hay duda que la historia que Venter, un hombre tan ambicioso como emprendedor e imaginativo, además de amante de los riesgos, narra en su autobiografía es parcial y complaciente para sí mismo, pero es difícil pensar que no contiene muchos elementos de verdad. Las páginas que dedica a las artimañas que Collins o Watson emplearon para obstaculizar sus trabajos, favoreciéndose de sus posiciones en las instituciones públicas, no deberían ser olvidadas ni por quienes desde los gobiernos financian y controlan los grandes programas de investigación, ni por todos aquellos que depositan en las ciencias biomédicas esperanzas para un futuro mejor.

Fue precisamente Watson quien mostró al gran público la no tan pura y trascendente trastienda que puede rodear a la ciencia. Lo hizo en un libro que publicó en 1968, The Double Helix (La doble hélice), en el que narraba algunos de los procesos subterráneos que permitieron a él y a Crick explicar la estructura del ADN. Pocos que hayan leído esa obra olvidarán los deleznables comentarios que dedicó a Rosalind Franklin, de la que tomaron, sin que ella lo supiera, unas fotografías clave. Aunque el paso del tiempo, ayudado por su extraordinaria capacidad como científico, ha ayudado a la actual imagen de respetabilidad de Watson, un personaje central en la biología del último medio siglo, los testimonios de Venter nos recuerdan otros aspectos de su personalidad. De todas maneras, cuando se compara La doble hélice con Una vida descodificada, hay que concluir que los 40 años que han transcurrido entre la publicación de ambos han traído consigo un dramático aumento en el abandono de todo aquello que configuraba la imagen tradicional de la ciencia en la que creía Einstein.

Precisamente por cómo pone en evidencia este nuevo espíritu del tiempo, Una vida descodificada deberá ocupar el lugar de La doble hélice como texto que nos enseña cómo es realmente la ciencia, al menos la ciencia a la que se asocia la generación rápida de riqueza. Y también porque nos muestra un tipo de científico menos conocido, que sabe moverse en el complicado mundo de las empresas a las que vender futuro gracias a prometedores proyectos les resulta rentable. Científicos capaces de liderar grandes grupos de investigación.

Una medida del éxito profesional en este tipo de científico y de ciencia es el dinero que se gana. También aquí, Venter es un buen ejemplo. Y, aunque a muchos no nos haga felices la idea, hay que reconocer que si verdaderamente se ama averiguar cómo es la naturaleza y lo que la ciencia permite hacer, esto no es malo. Tras abandonar Celera, Venter dispuso de suficiente dinero (más de 150 millones de dólares) para “hacer la ciencia que quisiese… Podía hacer que el conocimiento del genoma humano fuese más directamente relevante para los pacientes; investigar en lo que la genómica sería capaz de hacer por el medio ambiente; utilizar la secuenciación para explorar la increíble diversidad del mar y del aire de las ciudades. (…) Y podría perseguir el último reto: sintetizar la propia vida”. En enero de 2008 supimos que ya ha dado un paso importante en esta dirección: crear vida artificial, produciendo a partir de elementos químicos el mayor genoma artificial de un ser vivo, el de una bacteria.

¿Conseguirá alguna vez un científico como Venter el premio Nobel de Medicina? Al margen de su dimensión más social, la pregunta tiene algún interés. Se le ha criticado como poco escrupuloso, más gestor de científicos y métodos que investigador original que crea ideas nuevas. No está claro que tales juicios sean completamente justos, pero lo que es indudable es que, con sus iniciativas y métodos, ha contribuido al progreso de la ciencia, sea cual sea la idea que tengamos de lo que es o debe ser la investigación científica.

septiembre 5, 2008 Posted by | ciencia, genética, tecnología | Deja un comentario

El reino de Einstein y la patria de Venter

Por José Manuel Sánchez Ron, miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid (EL PAÍS, 30/08/08):

Vivimos rodeados de problemas, de tensiones que endurecen nuestros días. Constantemente nos llegan noticias que muestran la dureza de la vida: injusticias, tragedias, crisis económicas, amenazas planetarias. Nos enfrentamos los unos a los otros, individual o colectivamente, no sólo sobre los grandes temas de siempre -política, religión-, sino también acerca de otros menores (¿qué vestir?). Ni siquiera se libran los idiomas, que debían unirnos (son, al fin y al cabo, instrumentos de comunicación), pero que nos dividen. Enfrentados a todo esto, ¿hacia dónde podemos dirigir nuestros pensamientos, buscando el refugio que da la certidumbre que se impone juicios y pasiones personales?

Planteado en estos términos, no existe mejor reino que el de la ciencia, la patria de la racionalidad en la que el juez último es la comparación con lo que sucede realmente en la naturaleza. Si nos tienta la idea de alejarnos de un mundo que nos alarma y confunde, imponiéndonos además la penosa obligación de elecciones morales y de asunción de responsabilidades, si queremos buscar, para refugiarnos en él, un lugar donde reine lo objetivo, la ciencia es uno de los mejores lugares al que mirar. Lo expresó bien Albert Einstein en 1918: “En principio, creo, junto con Schopenhauer, que una de las más fuertes motivaciones de los hombres para entregarse al arte y a la ciencia es el ansia de huir de la vida diaria, con su dolorosa crudeza y su horrible monotonía; el deseo de escapar de las cadenas con que nos atan nuestros, siempre cambiantes, deseos. Una naturaleza de temple fino anhela huir de la vida personal para refugiarse en el mundo de la percepción objetiva y el pensamiento”.

Desgraciadamente, el reino del que hablaba Einstein existía sobre todo en su imaginación y deseos. Ha existido y puede existir, es cierto, pero únicamente en fortalezas bien pertrechadas para resistir las invasiones que tienen que ver con las pasiones e intereses humanos. Un ejemplo magnífico de lo raro que es hoy el reino einsteiniano es la autobiografía que el biólogo molecular estadounidense Craig Venter (1946) ha publicado hace unos pocos meses: A Life Decoded. My Genome: My Life (Una vida descodificada. Mi genoma: mi vida). Para aquellos que no forman parte de la comunidad biomédica, Venter comenzó a ser conocido debido a su papel en el desarrollo del Proyecto Genoma Humano (PGH), la gran empresa científica destinada a producir un mapa del conjunto de los genes (genoma) que forman nuestra especie. Establecido en 1988, este proyecto fue liderado por Estados Unidos, con James Watson, codescubridor con Francis Crick de la estructura del ADN, como director, aunque dimitió dos años después.

Veterano de la guerra de Vietnam, donde sirvió en el cuerpo médico, Venter trabajó en los Institutos Nacionales de Salud estadounidense, que controlaban una parte muy importante de las investigaciones del PGH, dirigido desde abril de 1993 por Francis Collins. Allí, Venter realizó alguna contribución importante, pero terminó encontrando demasiadas dificultades para su emprendedor carácter y lo abandonó, siendo a partir de entonces su hábitat el de las empresas privadas y las fundaciones que de una manera u otra surgen de ellas. Allí introdujo o desarrolló ideas y técnicas que aceleraron y abarataron considerablemente el avance de la secuenciación del genoma humano, despojando de esta manera al proyecto público de una parte importante de su protagonismo. Muestra de ello es que fueron Venter, en nombre de la compañía Celera Genomics que presidía, y Collins quienes anunciaron en febrero de 2001 que el mapa del genoma humano había sido completado.

Los trabajos que Venter y su equipo realizaron para disponer antes de lo previsto de un mapa del genoma humano, incluyendo otros relacionados y de gran importancia para el establecimiento de la genómica comparativa, y la competición generada con el proyecto público, ocupan una parte importante de Una vida descodificada. Su lectura es esclarecedora -y también un tanto estremecedora- porque, al menos en los campos de mayor relevancia socioeconómica, la investigación científica va acompañada de todo aquello que es más fiera y tristemente humano: ambición, lucha por el poder y el dinero, envidia, tácticas ventajistas, mentira. “Si los científicos tienden a la acritud y al resentimiento cuando uno de sus colegas atrae de manera significativa la atención de la prensa”, leemos en el libro de Venter, “el pecado que no perdonan es cuando un rival también hace dinero. Como la mayoría de los asuntos humanos, la ciencia se rige en no pequeña parte por la envidia”. No hay duda que la historia que Venter, un hombre tan ambicioso como emprendedor e imaginativo, además de amante de los riesgos, narra en su autobiografía es parcial y complaciente para sí mismo, pero es difícil pensar que no contiene muchos elementos de verdad. Las páginas que dedica a las artimañas que Collins o Watson emplearon para obstaculizar sus trabajos, favoreciéndose de sus posiciones en las instituciones públicas, no deberían ser olvidadas ni por quienes desde los gobiernos financian y controlan los grandes programas de investigación, ni por todos aquellos que depositan en las ciencias biomédicas esperanzas para un futuro mejor.

Fue precisamente Watson quien mostró al gran público la no tan pura y trascendente trastienda que puede rodear a la ciencia. Lo hizo en un libro que publicó en 1968, The Double Helix (La doble hélice), en el que narraba algunos de los procesos subterráneos que permitieron a él y a Crick explicar la estructura del ADN. Pocos que hayan leído esa obra olvidarán los deleznables comentarios que dedicó a Rosalind Franklin, de la que tomaron, sin que ella lo supiera, unas fotografías clave. Aunque el paso del tiempo, ayudado por su extraordinaria capacidad como científico, ha ayudado a la actual imagen de respetabilidad de Watson, un personaje central en la biología del último medio siglo, los testimonios de Venter nos recuerdan otros aspectos de su personalidad. De todas maneras, cuando se compara La doble hélice con Una vida descodificada, hay que concluir que los 40 años que han transcurrido entre la publicación de ambos han traído consigo un dramático aumento en el abandono de todo aquello que configuraba la imagen tradicional de la ciencia en la que creía Einstein.

Precisamente por cómo pone en evidencia este nuevo espíritu del tiempo, Una vida descodificada deberá ocupar el lugar de La doble hélice como texto que nos enseña cómo es realmente la ciencia, al menos la ciencia a la que se asocia la generación rápida de riqueza. Y también porque nos muestra un tipo de científico menos conocido, que sabe moverse en el complicado mundo de las empresas a las que vender futuro gracias a prometedores proyectos les resulta rentable. Científicos capaces de liderar grandes grupos de investigación.

Una medida del éxito profesional en este tipo de científico y de ciencia es el dinero que se gana. También aquí, Venter es un buen ejemplo. Y, aunque a muchos no nos haga felices la idea, hay que reconocer que si verdaderamente se ama averiguar cómo es la naturaleza y lo que la ciencia permite hacer, esto no es malo. Tras abandonar Celera, Venter dispuso de suficiente dinero (más de 150 millones de dólares) para “hacer la ciencia que quisiese… Podía hacer que el conocimiento del genoma humano fuese más directamente relevante para los pacientes; investigar en lo que la genómica sería capaz de hacer por el medio ambiente; utilizar la secuenciación para explorar la increíble diversidad del mar y del aire de las ciudades. (…) Y podría perseguir el último reto: sintetizar la propia vida”. En enero de 2008 supimos que ya ha dado un paso importante en esta dirección: crear vida artificial, produciendo a partir de elementos químicos el mayor genoma artificial de un ser vivo, el de una bacteria.

¿Conseguirá alguna vez un científico como Venter el premio Nobel de Medicina? Al margen de su dimensión más social, la pregunta tiene algún interés. Se le ha criticado como poco escrupuloso, más gestor de científicos y métodos que investigador original que crea ideas nuevas. No está claro que tales juicios sean completamente justos, pero lo que es indudable es que, con sus iniciativas y métodos, ha contribuido al progreso de la ciencia, sea cual sea la idea que tengamos de lo que es o debe ser la investigación científica.

septiembre 5, 2008 Posted by | ciencia, genética, tecnología | Deja un comentario

El miedo a los transgénicos

Por Pere Puigdomènech, Centre de Recerca en Agrigenòmica. CSIC-IRTA-UAB (EL PERIÓDICO, 23/08/08):

En el mes de julio entró en el Parlament una petición popular para pedir que Catalunya sea declarada libre de transgénicos. En los próximos meses, el Parlament debatirá esta petición tras comprobar que cuenta con el número de firmas necesarias. Este tipo de declaraciones están previstas en las normativas vigentes en Europa y necesitan un fuerte apoyo por razones muy definidas. La petición llega en un momento en el que el futuro de las tecnologías aplicadas para la producción agrícola están en el centro de intensas discusiones en todo el mundo.
El cultivo de plantas modificadas genéticamente se está extendiendo en todo el mundo hasta sobrepasar este año los 100 millones de hectáreas. Se trata de grandes cultivos como la soja, el maíz, el algodón y la colza en superficies minoritarias de otras plantas como la papaya o el clavel. Las modificaciones genéticas que han sido introducidas van dirigidas sobre todo a hacer que las plantas resistan a plagas de insectos o que permitan la utilización de algún herbicida. En Europa solo se cultiva un maiz resistente a un insecto, el taladro, contra el que el maiz no presenta una resistencia natural.

LA INTRODUCCIÓN de estas variedades se realiza en el marco de unas regulaciones definidas en todo el mundo desde finales de los años 80 y modificadas en Europa en el 2001 y 2003. Tratan de asegurar que las nuevas variedades de plantas no planteen ningún problema para la salud humana o animal o para el medioambiente distinto de las variedades no modificadas. Una planta modificada puede ser aprobada en Europa para ser cultivada o solo para ser importada. Una vez aprobada, esta puede ser comercializada en toda Europa. En este sentido, Catalunya está, hasta que no se decida lo contrario, en el marco del Estado español, de la Unión Europea y de la Organización Mundial del Comercio que impiden poner barreras al libre comercio de productos como las semillas, sus granos y sus derivados. En Europa, los productos derivados de las plantas modificadas genéticamente para consumo humano o animal deben ir etiquetadas con la correspondiente información.
¿Significa esto que un país no puede declarar que no quiere una de estas plantas? Las normativas europeas prevén que un país pueda declarar que no quiere comercializar alguna de estas plantas. Es lo que se llama una cláusula de salvaguardia que contempla que cuando un país piensa que alguna de estas plantas puede producirle un problema de salud o de medioambiente en su territorio puede pedir que se le permita prohibir la introducción en su casa. Esto significa que debe hacerse una demanda para una planta específica y que hay que aportar datos que demuestren que en el territorio en cuestión se dan unas características tales que si se introdujera una de estas plantas se produciría un perjuicio para la salud o el medioambiente.
Países como Austria, Hungría o Grecia han presentado demandas en este sentido, pero el examen de los datos aportados por parte del panel científico de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria encargado del tema aun no ha encontrado ningún caso en el que se demostrara que podría presentarse algún riesgo. Hay voces que piden una revisión del sistema, pero de momento no está en marcha.
Habría que definir también lo que quiere decirse con ausencia de transgénicos. Ya hemos dicho que hay que distinguir entre cultivo e importación. Si se propusiera no importar ningún grano o derivado de un producto transgénico, esto significaría detener la importación de maíz o soja, un componente esencial de los piensos con que se alimenta nuestro ganado y que vienen de países como Estados Unidos o Argentina, que son los mayores cultivadores de transgénicos del mundo. O también asegurar que el algodón con el que se fabrica gran cantidad de prendas de vestir no procede de plantas modificadas genéticamente.
Incluso el papel de nuestros euros lleva fibra de algodón que quizá procede de una planta transgénica. Para el cultivo, en nuestro país solo se utiliza un maíz que los agricultores deciden plantar porque sus semillas les permiten proteger sus cosechas del ataque del taladro. La experiencia ha demostrado que los agricultores saben decidir con prudencia cuándo y cómo utilizar estas nuevas semillas que les salvan de importantes pérdidas.

EN TODO el mundo se está produciendo un intenso debate sobre cómo responder a las demandas en la agricultura. Nos hallamos en un entorno complejo en el que la demanda de alimentos aumenta mientras nos preguntamos sobre los efectos ambientales de la agricultura intensiva y en no poder aumentar la superficie cultivada. Todo esto ocurre en medio de cambios climáticos, con el precio del petróleo afectando a la agricultura y en una economía globalizada en la que los alimentos pueden recorrer miles de kilómetros antes de llegar al consumidor. Desde el mismo momento del inicio de la agricultura, los agricultores han sabido incorporar las tecnologías que se desarrollaban para responder a las demandas de productos para nuestra alimentación, pero también para producir fibras, medicamentos, plantas ornamentales y también combustibles. Cómo queremos situarnos en este entorno tecnológico es una discusión compleja, el uso de plantas transgénicas es un buen síntoma.

septiembre 1, 2008 Posted by | agricultura, genética | Deja un comentario

>El miedo a los transgénicos

>

Por Pere Puigdomènech, Centre de Recerca en Agrigenòmica. CSIC-IRTA-UAB (EL PERIÓDICO, 23/08/08):

En el mes de julio entró en el Parlament una petición popular para pedir que Catalunya sea declarada libre de transgénicos. En los próximos meses, el Parlament debatirá esta petición tras comprobar que cuenta con el número de firmas necesarias. Este tipo de declaraciones están previstas en las normativas vigentes en Europa y necesitan un fuerte apoyo por razones muy definidas. La petición llega en un momento en el que el futuro de las tecnologías aplicadas para la producción agrícola están en el centro de intensas discusiones en todo el mundo.
El cultivo de plantas modificadas genéticamente se está extendiendo en todo el mundo hasta sobrepasar este año los 100 millones de hectáreas. Se trata de grandes cultivos como la soja, el maíz, el algodón y la colza en superficies minoritarias de otras plantas como la papaya o el clavel. Las modificaciones genéticas que han sido introducidas van dirigidas sobre todo a hacer que las plantas resistan a plagas de insectos o que permitan la utilización de algún herbicida. En Europa solo se cultiva un maiz resistente a un insecto, el taladro, contra el que el maiz no presenta una resistencia natural.

LA INTRODUCCIÓN de estas variedades se realiza en el marco de unas regulaciones definidas en todo el mundo desde finales de los años 80 y modificadas en Europa en el 2001 y 2003. Tratan de asegurar que las nuevas variedades de plantas no planteen ningún problema para la salud humana o animal o para el medioambiente distinto de las variedades no modificadas. Una planta modificada puede ser aprobada en Europa para ser cultivada o solo para ser importada. Una vez aprobada, esta puede ser comercializada en toda Europa. En este sentido, Catalunya está, hasta que no se decida lo contrario, en el marco del Estado español, de la Unión Europea y de la Organización Mundial del Comercio que impiden poner barreras al libre comercio de productos como las semillas, sus granos y sus derivados. En Europa, los productos derivados de las plantas modificadas genéticamente para consumo humano o animal deben ir etiquetadas con la correspondiente información.
¿Significa esto que un país no puede declarar que no quiere una de estas plantas? Las normativas europeas prevén que un país pueda declarar que no quiere comercializar alguna de estas plantas. Es lo que se llama una cláusula de salvaguardia que contempla que cuando un país piensa que alguna de estas plantas puede producirle un problema de salud o de medioambiente en su territorio puede pedir que se le permita prohibir la introducción en su casa. Esto significa que debe hacerse una demanda para una planta específica y que hay que aportar datos que demuestren que en el territorio en cuestión se dan unas características tales que si se introdujera una de estas plantas se produciría un perjuicio para la salud o el medioambiente.
Países como Austria, Hungría o Grecia han presentado demandas en este sentido, pero el examen de los datos aportados por parte del panel científico de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria encargado del tema aun no ha encontrado ningún caso en el que se demostrara que podría presentarse algún riesgo. Hay voces que piden una revisión del sistema, pero de momento no está en marcha.
Habría que definir también lo que quiere decirse con ausencia de transgénicos. Ya hemos dicho que hay que distinguir entre cultivo e importación. Si se propusiera no importar ningún grano o derivado de un producto transgénico, esto significaría detener la importación de maíz o soja, un componente esencial de los piensos con que se alimenta nuestro ganado y que vienen de países como Estados Unidos o Argentina, que son los mayores cultivadores de transgénicos del mundo. O también asegurar que el algodón con el que se fabrica gran cantidad de prendas de vestir no procede de plantas modificadas genéticamente.
Incluso el papel de nuestros euros lleva fibra de algodón que quizá procede de una planta transgénica. Para el cultivo, en nuestro país solo se utiliza un maíz que los agricultores deciden plantar porque sus semillas les permiten proteger sus cosechas del ataque del taladro. La experiencia ha demostrado que los agricultores saben decidir con prudencia cuándo y cómo utilizar estas nuevas semillas que les salvan de importantes pérdidas.

EN TODO el mundo se está produciendo un intenso debate sobre cómo responder a las demandas en la agricultura. Nos hallamos en un entorno complejo en el que la demanda de alimentos aumenta mientras nos preguntamos sobre los efectos ambientales de la agricultura intensiva y en no poder aumentar la superficie cultivada. Todo esto ocurre en medio de cambios climáticos, con el precio del petróleo afectando a la agricultura y en una economía globalizada en la que los alimentos pueden recorrer miles de kilómetros antes de llegar al consumidor. Desde el mismo momento del inicio de la agricultura, los agricultores han sabido incorporar las tecnologías que se desarrollaban para responder a las demandas de productos para nuestra alimentación, pero también para producir fibras, medicamentos, plantas ornamentales y también combustibles. Cómo queremos situarnos en este entorno tecnológico es una discusión compleja, el uso de plantas transgénicas es un buen síntoma.

septiembre 1, 2008 Posted by | agricultura, genética | Deja un comentario

Craig Venter: Crear vida

Por Santiago Grisolía, bioquímico (ABC, 07/05/08):

Aunque frecuentemente aparece su nombre en la prensa científica, quizás el lector pueda preguntarse quién es Craig Venter y que importancia tiene su trabajo. Ya hace unos años, Bill Clinton, entonces Presidente de los Estados Unidos, quiso aparecer con él en la portada de la revista Time; y, de nuevo, que se anunciase en 2003, desde la Casa Blanca y con gran fanfarria, que se conocía la secuencia del genoma humano. Incluso Tony Blair participó en dicho anuncio por video conferencia.

El profesor Venter, gran aficionado al mar, pasó dos años sirviendo en la marina americana en Vietnam, tras lo cual estudió Bioquímica y se doctoró en Fisiología y Farmacología en California. Hombre de gran sentido del humor, decía que su papel principal era servir el café durante las reuniones. Después de unos años como profesor asociado en la Universidad de Búfalo y el Roswell Park Cancer Institute, se trasladó a los Institutos Americanos de la Salud, en Bethesda.

A consecuencia de la primera reunión internacional que sobre el genoma humano se organizó en Valencia en el 88, mi amigo Cook-Degan, consciente de que era una de las jóvenes promesas en genética, me habló de él, y por eso fui a buscarle a Bethesda.

Así pues, cuando en 1991 se celebró la segunda reunión sobre el Proyecto Genoma Humano, dedicada a la Ética y patrocinada por la Fundación BBV, lo invitamos a que asistiera. He de reconocer que esta segunda reunión en Valencia causó dos hechos trascendentes: promovió el interés de la entonces recién creada Fundación en la genética y las consecuencias de sus descubrimientos; y sirvió para el lanzamiento del joven y, por entonces poco conocido a nivel internacional J. Craig Venter. En dicho simposio participaron, entre otras personalidades de las pocas interesadas entonces en el Proyecto Genoma Humano, Victor Mckusick, James Watson y Walter Gilbert. McKusick ha sido recientemente galardonado con el Premio Japón y está considerado el padre de la medicina génica. Walter Gilbert, Premio Nobel, contribuyó a descubrir cómo se sintetizan las proteínas a partir de grupos de tres bases del ARN, y fue el primero en postular que los orígenes de la vida fueron debidos a la aparición de cadenas de ARN. El impulsivo James Watson, famosísimo por su trabajo sobre la estructura de la doble hélice del ADN, no necesita comentario; así que recordaré que aquélla fue su única visita a España, y que se entrevistó con el Rey, como he comentado en otra ocasión recientemente.

La redacción de las conclusiones de esta segunda reunión sobre el Genoma Humano se le encomendó a Craig Venter, y fue él quien las consensuó trabajando hasta la madrugada, para que se presentaran en la clausura de la reunión, presidida por la Reina Doña Sofía. Ya advertimos entonces, y nos impresionaron a todos su capacidad de trabajo, su imaginación y su pasión por el mar. Recuerdo que Venter me propuso que a esta reunión en Valencia ¡viniese todo el mundo en barco!

La tercera reunión sobre el Genoma Humano, celebrada en Bilbao en el 93 y también patrocinada por la Fundación BBV, contó con la presencia de Venter, al que invité a participar como miembro de su Patronato, como recuerda él mismo en su libro «Life Decoded. My Genome: My Life». Por entonces Venter ya empezaba a destacar por sus estudios del genoma viral. En aquella reunión conoció a Hamilton Smith, Premio Nobel por el descubrimiento de los enzimas de restricción, la herramienta que ha permitido dividir la larga molécula de ADN en fragmentos que así se pudieron analizar. Durante una cena Venter convenció al doctor Smith de las posibilidades comerciales de los descubrimientos del Genoma Humano, a las que nadie habíamos hecho mucho caso. Ya había problemas sobre su proyecto de generar patentes antes de que lograra la primera secuencia completa del genoma humano. Por todo ello, no es de extrañar que Craig Venter nos hablara, en dicha reunión en Bilbao, sobre «La rentabilidad de patentar los descubrimiento genéticos». Venter fue tan convincente que el Premio Nobel Smith dejó su Cátedra en la Universidad Johns Hopkins y se fue a trabajar con el joven Venter al Instituto de Ciencias Genómicas que éste había creado en el 92 y, como es sabido, desde entonces siguen trabajando juntos.

Apenas cinco años después de la reunión de Bilbao, se creó Celera con el objeto de realizar el primer mapa completo del genoma humano, proyecto en que naturalmente participó Hamilton Smith.

La fama de Craig Venter se extendió por su desarrollo de tecnologías importantísimas para secuenciar rápidamente el genoma, como la llamada identificación de secuencias dianas (EST). Muy simpático y claramente «inconformista», no se lleva bien con otros científicos, incluyendo al también iconoclasta James Watson, quien dijo que lo que Venter hacía con dicha técnica «lo podía hacer un mono». Venter no lo ha olvidado. Su creatividad, diligencia y originalidad en la secuenciación, le llevaron a publicar en el año 2003 en la revista Science la secuencia del genoma humano.

Con los años, Craig Venter abandonó Celera y ha creado el Instituto Craig Venter, y se ha dedicado a recorrer los mares en su yate Sorcerer II, analizando genomas de bacterias con el objetivo de conseguir nuevos recursos, especialmente energéticos.

Venter acaba de anunciar el éxito de un proyecto en el que lleva trabajando varios años, la síntesis del genoma de un ser vivo, el de la bacteria Mycoplasma laboratorium, es decir, el primer paso para crear vida en el laboratorio, lo que provocará no sólo importantes avances científicos sino también grandes discusiones éticas y filosóficas. Es la gran noticia, en la que ha estado trabajando mucho tiempo con Hamilton Smith.

Hace unas semanas me telefoneó mi hijo mayor, James, que vive en San Diego, y me dijo que se iba a reunir con Hamilton Smith, a quien conoce por las reuniones de los Jurados de los Premios Rey Jaime I. El profesor Smith se encontraba allí desarrollando una sede de la Fundación Craig Venter.

Por todo lo dicho, esperamos con avidez conocer más detalles del futuro de «la creación de vida» directamente de Venter, que estos días 5, 6 y 7 de mayo imparte sendas conferencias en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia.

Venter es un asiduo visitante de España, pues, además de participar en las dos últimas reuniones sobre el Genoma Humano, volvió en 1998 cuando se le reconoció con una Medalla de la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, durante un curso en la Sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Valencia, y hace unos siete años recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias, compartido con otros distinguidos investigadores, incluyendo su competidor y poco amigo Francis Collins.

Dada su gran categoría científica y, por tanto, su cada vez mayor número de ocupaciones, es de agradecer, que Craig Venter, posiblemente el biólogo molecular más famoso en la actualidad, venga a pasar unos días a España, para compartir sus ideas revolucionarias con cuantos científicos y estudiantes deseen aprender aspectos novedosos y fascinantes de la genética.

May 7, 2008 Posted by | genética | Deja un comentario

>Craig Venter: Crear vida

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Por Santiago Grisolía, bioquímico (ABC, 07/05/08):

Aunque frecuentemente aparece su nombre en la prensa científica, quizás el lector pueda preguntarse quién es Craig Venter y que importancia tiene su trabajo. Ya hace unos años, Bill Clinton, entonces Presidente de los Estados Unidos, quiso aparecer con él en la portada de la revista Time; y, de nuevo, que se anunciase en 2003, desde la Casa Blanca y con gran fanfarria, que se conocía la secuencia del genoma humano. Incluso Tony Blair participó en dicho anuncio por video conferencia.

El profesor Venter, gran aficionado al mar, pasó dos años sirviendo en la marina americana en Vietnam, tras lo cual estudió Bioquímica y se doctoró en Fisiología y Farmacología en California. Hombre de gran sentido del humor, decía que su papel principal era servir el café durante las reuniones. Después de unos años como profesor asociado en la Universidad de Búfalo y el Roswell Park Cancer Institute, se trasladó a los Institutos Americanos de la Salud, en Bethesda.

A consecuencia de la primera reunión internacional que sobre el genoma humano se organizó en Valencia en el 88, mi amigo Cook-Degan, consciente de que era una de las jóvenes promesas en genética, me habló de él, y por eso fui a buscarle a Bethesda.

Así pues, cuando en 1991 se celebró la segunda reunión sobre el Proyecto Genoma Humano, dedicada a la Ética y patrocinada por la Fundación BBV, lo invitamos a que asistiera. He de reconocer que esta segunda reunión en Valencia causó dos hechos trascendentes: promovió el interés de la entonces recién creada Fundación en la genética y las consecuencias de sus descubrimientos; y sirvió para el lanzamiento del joven y, por entonces poco conocido a nivel internacional J. Craig Venter. En dicho simposio participaron, entre otras personalidades de las pocas interesadas entonces en el Proyecto Genoma Humano, Victor Mckusick, James Watson y Walter Gilbert. McKusick ha sido recientemente galardonado con el Premio Japón y está considerado el padre de la medicina génica. Walter Gilbert, Premio Nobel, contribuyó a descubrir cómo se sintetizan las proteínas a partir de grupos de tres bases del ARN, y fue el primero en postular que los orígenes de la vida fueron debidos a la aparición de cadenas de ARN. El impulsivo James Watson, famosísimo por su trabajo sobre la estructura de la doble hélice del ADN, no necesita comentario; así que recordaré que aquélla fue su única visita a España, y que se entrevistó con el Rey, como he comentado en otra ocasión recientemente.

La redacción de las conclusiones de esta segunda reunión sobre el Genoma Humano se le encomendó a Craig Venter, y fue él quien las consensuó trabajando hasta la madrugada, para que se presentaran en la clausura de la reunión, presidida por la Reina Doña Sofía. Ya advertimos entonces, y nos impresionaron a todos su capacidad de trabajo, su imaginación y su pasión por el mar. Recuerdo que Venter me propuso que a esta reunión en Valencia ¡viniese todo el mundo en barco!

La tercera reunión sobre el Genoma Humano, celebrada en Bilbao en el 93 y también patrocinada por la Fundación BBV, contó con la presencia de Venter, al que invité a participar como miembro de su Patronato, como recuerda él mismo en su libro «Life Decoded. My Genome: My Life». Por entonces Venter ya empezaba a destacar por sus estudios del genoma viral. En aquella reunión conoció a Hamilton Smith, Premio Nobel por el descubrimiento de los enzimas de restricción, la herramienta que ha permitido dividir la larga molécula de ADN en fragmentos que así se pudieron analizar. Durante una cena Venter convenció al doctor Smith de las posibilidades comerciales de los descubrimientos del Genoma Humano, a las que nadie habíamos hecho mucho caso. Ya había problemas sobre su proyecto de generar patentes antes de que lograra la primera secuencia completa del genoma humano. Por todo ello, no es de extrañar que Craig Venter nos hablara, en dicha reunión en Bilbao, sobre «La rentabilidad de patentar los descubrimiento genéticos». Venter fue tan convincente que el Premio Nobel Smith dejó su Cátedra en la Universidad Johns Hopkins y se fue a trabajar con el joven Venter al Instituto de Ciencias Genómicas que éste había creado en el 92 y, como es sabido, desde entonces siguen trabajando juntos.

Apenas cinco años después de la reunión de Bilbao, se creó Celera con el objeto de realizar el primer mapa completo del genoma humano, proyecto en que naturalmente participó Hamilton Smith.

La fama de Craig Venter se extendió por su desarrollo de tecnologías importantísimas para secuenciar rápidamente el genoma, como la llamada identificación de secuencias dianas (EST). Muy simpático y claramente «inconformista», no se lleva bien con otros científicos, incluyendo al también iconoclasta James Watson, quien dijo que lo que Venter hacía con dicha técnica «lo podía hacer un mono». Venter no lo ha olvidado. Su creatividad, diligencia y originalidad en la secuenciación, le llevaron a publicar en el año 2003 en la revista Science la secuencia del genoma humano.

Con los años, Craig Venter abandonó Celera y ha creado el Instituto Craig Venter, y se ha dedicado a recorrer los mares en su yate Sorcerer II, analizando genomas de bacterias con el objetivo de conseguir nuevos recursos, especialmente energéticos.

Venter acaba de anunciar el éxito de un proyecto en el que lleva trabajando varios años, la síntesis del genoma de un ser vivo, el de la bacteria Mycoplasma laboratorium, es decir, el primer paso para crear vida en el laboratorio, lo que provocará no sólo importantes avances científicos sino también grandes discusiones éticas y filosóficas. Es la gran noticia, en la que ha estado trabajando mucho tiempo con Hamilton Smith.

Hace unas semanas me telefoneó mi hijo mayor, James, que vive en San Diego, y me dijo que se iba a reunir con Hamilton Smith, a quien conoce por las reuniones de los Jurados de los Premios Rey Jaime I. El profesor Smith se encontraba allí desarrollando una sede de la Fundación Craig Venter.

Por todo lo dicho, esperamos con avidez conocer más detalles del futuro de «la creación de vida» directamente de Venter, que estos días 5, 6 y 7 de mayo imparte sendas conferencias en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia.

Venter es un asiduo visitante de España, pues, además de participar en las dos últimas reuniones sobre el Genoma Humano, volvió en 1998 cuando se le reconoció con una Medalla de la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, durante un curso en la Sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Valencia, y hace unos siete años recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias, compartido con otros distinguidos investigadores, incluyendo su competidor y poco amigo Francis Collins.

Dada su gran categoría científica y, por tanto, su cada vez mayor número de ocupaciones, es de agradecer, que Craig Venter, posiblemente el biólogo molecular más famoso en la actualidad, venga a pasar unos días a España, para compartir sus ideas revolucionarias con cuantos científicos y estudiantes deseen aprender aspectos novedosos y fascinantes de la genética.

May 7, 2008 Posted by | genética | Deja un comentario